Quedan
atrás, pues, Carrascosa y sus misterios y en media docena de kilómetros,
aproximadamente, recalamos en un pueblo, Castilfrío, también de la Sierra, que
todavía, y aun a pesar de los estigmas de la despoblación que tan hondamente
afectó a ésta pintoresca parcela soriana conocida como las Tierras Altas,
mantiene ciertamente viva una parte meritoria de su antiguo espíritu y
esplendor. No es una afirmación baladí, en modo alguno, si se tiene en cuenta,
primero, que hablamos de una de las poblaciones serranas más importantes, junto
con Oncala y San Pedro Manrique; y segundo que, erguidas todavía con desafiante
orgullo, numerosas son las antiguas casonas de su acolmenado casco urbano, que
lucen, con mayor o menor deterioro –que al fin y al cabo, el orgullo frente al
tiempo, poco o nada tiene que hacer-, una heráldica que habla de antiguos
linajes y señoríos probablemente otorgados en época de reconquista y con
posterioridad aumentados, conservados y ampliados por la riqueza generada por
el ganado, principalmente ovino, que caracterizó en tiempos a la región.
Elevada sobre la cima de una sierra conocida como de San Miguel –recordemos,
que éste paladín cristiano reemplazó a antiguas divinidades anteriores, como el
Júpiter romano, al que, según Vitrubio, había que dedicarle templos y altares
en los lugares más elevados-, se tiene constancia documental de la existencia
de este pueblo, cuando menos, en el año 1270, época en la que se constata con
la denominación de Castill Frido o Castiel Frido, nombre basado en las
cualidades de su entorno. Como elemento artístico-religioso más relevante,
cuanta con la imponente mole de su iglesia parroquial, datada en el siglo XVI,
dedicada a la figura de la Asunción, aunque es probable que ésta reemplazara a
una iglesia románica anterior, de la que no queda rastro, si exceptuamos dos
importantes elementos que se localizan en su interior, aunque también cabe la
posibilidad de que éstos pudieran haber pertenecido en origen a alguna de las
iglesias de despoblados cercanos, como pueden ser los de Sotillo o San
Bartolomé: una formidable pila bautismal, con forma de copa –imaginario Grial, que simbólicamente otorga la vida
eterna con las aguas del bautismo-, cuya parte central está decorada con arcos
entrelazados –muy similares a alguno de los modelos que se pueden apreciar en
el famoso claustro del no excesivamente lejano monasterio de San Juan de Duero-,
así como con motivos geométricos en la parte superior, lugar donde se observan,
así mismo, varias pequeñas cruces del tipo denominado patado o paté, que quizás
tengan alguna relación con el segundo elemento románico al que se hacía referencia.
Este no es otro, que la magnífica talla mariana de la Virgen de la Encina, a la
que popular y cariñosamente se conoce como
La Carrascala, la cual cuenta también con una ermita dedicada a las afueras
del pueblo, en la que destaca, aparte de otros detalles, su cimborrio de forma
octogonal.
Entre los edificios civiles de Castilfrío, y situada a escasos
metros de la iglesia, destaca la casa del famoso escritor Fernando Sánchez
Dragó, fácilmente reconocible por las dos formidables cabezas de Buda que luce
en ambos extremos. No muy lejos de ésta, y a la vista también de la torre de la
iglesia, se localiza la denominada Casona
del obispo Solano y algo más alejadas de ambas, y prácticamente arruinada,
se pueden apreciar los restos de lo que fuera probablemente la hacienda más
importante de Castilfrío: aquélla conocida como la casa que tiene más ventanas que días del año, haciendo
referencia a la longitud e importancia de sus caballerizas.