Soria se hace camino al andar se
pone otra vez en marcha. Después de una prolongada parada vacacional, es hora
de ponerse otra vez las pilas y comenzar una nueva etapa. Hora, pues, de
continuar recorriendo con paciencia e ilusión esos infinitos caminos de la bien
denominada Extramadura Castellana y acercar al mundo, en la medida de lo
posible –y en eso, hay que reconocer que Internet es una poderosa herramienta
global- esos circuitos personales repletos de lugares especiales, de pueblos
que se mantienen felizmente ajenos a las complejas guías de gourmets; de personajes carismáticos y nobles como esa
tierra de la que se nutren; de Historia, de Leyenda, y sobre todo, de Misterio
y Tradición. Lugares, personajes y circunstancias que, después de todo, hacen
bueno el dicho de que hablar de Soria resulta siempre una fascinante aventura.
Como aventura empezó, qué duda
cabe, aquélla memorable jornada en la que, de camino a las fascinantes Tierras
Altas y sus mediáticos enigmas, recalamos en este curioso pueblo de Fuentelsaz.
Un pueblo pequeño, asentado en las faldas del Cerro San Juan, en la denominada
Comarca de Almarza, a apenas unos insignificantes kilómetros de distancia de
Garray, su interesante iglesia románica dedicada a la figura de los Santos
Mártires –antiguamente, de San Miguel- y sus celebérrimas ruinas de Numancia y
apuntando en dirección a esa otra tierra de misterios y milagros que tanto
sorprenden al peregrino y que llevan siglos consignados en el histórico Codex
Calistino de Aymeric Picaud, como es la vecina provincia de La Rioja. Un
pueblo del que, a pesar de esas carencias de información que obstaculizan un
mayor conocimiento en la Red, se pueden contar muchas cosas, si se tiene la
sutileza de visitar el lugar y dejarse llevar por lo que el mismo tenga a bien
sugerirnos. En base a ello, se puede decir que en Fuentelsaz, como en tantos
otros pueblos, existe en la actualidad esa disparidad de clases que define y a
la vez limita su pequeño casco urbano, propiamente dicho, entre las
ampliaciones o las casas de nueva creación, que demuestran, al menos
teóricamente, cierta holgura económica y aquellas otras que todavía permanecen
fieles a la tradición. De la tradición, precisamente esa cualidad que hace de
nuestros pueblos lugares de pintoresco encanto, sobrevive un número determinado
de antiguos atanores que conjugan alquímicamente piedra, cal y teja, hasta
conseguir el elemento hogareño tradicional, que destaca, como una rima
proporcionada, con la áspera dureza del entorno, que de alguna manera, anticipa
la proximidad de esas simas y cerros que con tantos y con tan buenos guerreros
pelendones nutrieron al desventurado bastión numantino. De la bonanza, haciendo
honor, como en muchas ocasiones ocurre, a que apariencia económica parece tener
una ancestral riña con el respeto a la cultura, alguna casa muestra, como
adorno caprichoso y disimulado en la vileza del relleno, parte de unos
antiquísimos misterios, que se tratarán en una próxima entrada.
Por ello, y una vez llegados a
este punto, resulta conveniente que pongamos rumbo a la parte más alta del
pueblo y ascendiendo la cuesta, nos detengamos en la vieja parroquial románica,
dedicada a la figura de Santo Domingo de Guzmán, sabueso dominico nacido en
Caleruega, provincia de Burgos, que fue contemporáneo y participó activamente en
la sangrienta cruzada librada en la Occitania francesa contra la denominada
herejía cátara. Digno, aunque muy reformado exponente del románico rural de la
provincia, puede que este templo tuviera, en sus orígenes, una pequeña galería
porticada, totalmente tapiada en la actualidad, como así parecen indicarlo los
dos pequeños arcos situados a ambos lados del arco principal. Muestra éste,
como motivo destacable en los capiteles -en parte muy desgastados por el tiempo
y la erosión-, rosetas hexafolias, muy comunes en el románico en general, y de
más que probable origen oriental. De nave rectangular y ábside semicircular, se
localiza en éste una pequeña, estrecha y alargada abertura en su parte central
y una ventana en la zona izquierda que, a juzgar por la fecha grabada en el
sillar inferior, debió de ser añadida durante alguna obra de reforma realizada
en el año 1801.
En el interior, destacan el
retablo central y los retablos laterales, de aspecto barroco, que contienen
diversas imágenes de época, entre las que sobresale, luciendo en el pecho su
característica cruz en forma de Tau, la figura de San Antón con el tradicional cerdito
a los pies. Curioso y a la vez tradicional también en numerosos templos de la
provincia, es el retablo que acoge la Crucifixión en su parte central. De igual
manera que, por poner un ejemplo, aquél otro que contiene la imagen crucificada
del Cristo de la Agonía, en la ermita templaria de San Bartolomé, situada
en lo más profundo del Cañón del Río Lobos, en el caso de la iglesia de
Fuentelsaz y el retablo al que se hace referencia, se aprecian, así mismo, en
ambos laterales, los diferentes elementos de la Pasión, aunque con algunos
añadidos, como son el cáliz con la hostia sagrada y el tambor, elemento musical
de carácter ctónico, generalmente presente en todas las procesiones,
acompañante de los hombres a lo largo de los tiempos en trances significativos de
la vida, como pueden ser batallas o ejecuciones, siendo objetos, que a la vez
llevan interesantes leyendas añadidas, como puede ser la famosa leyenda
turolense del cojo de Calanda. En definitiva, elementos simbólicos, en
su mayoría, que posteriormente serían adoptados por las hermandades de canteros
medievales; que incluso conforman una significativa, cuando no determinante
posición de protagonismo mistérico en los principales relatos caballerescos de
la literatura griálica, tan popular en los siglos XII y XIII y que además han
permanecido vigentes hasta la actualidad, como símbolos tradicionales de las asociaciones
de carácter masónico de todo el mundo.
En el Retablo Mayor, coronado por
un cuadro que muestra otra Crucifixión, con las figuras de la Virgen y el
Evangelista al pie de la Cruz, la parte central está presidida por una figura
de Santo Domingo de Guzmán, ataviado de dominico y el Libro Sagrado abierto en
la mano. A ambos lados de ésta, la mencionada figura de San Antón y una Virgen
con Niño. Más interesante, posiblemente, sea la Virgen con Niño que se
encuentra en otro de los retablos laterales, no sólo por el color de su manto,
verdoso en casi su totalidad, siendo éste un color asociado tradicionalmente
con las Vírgenes Negras –aunque la figura sea de época muy posterior y ya no
tenga ni el hieratismo ni la entronización de aquéllas-, sino, quizás, por esa
mano desproporcionada que sujeta una bola, así mismo, de considerable tamaño,
sobre la que se apoya, curioso detalle, el pie izquierdo del Niño. En la parte
superior de este retablo, otro cuadro nos recuerda una escena de la Sagrada
Familia, no exenta de simbolismo, como es la huida a Egipto previa a la matanza
de infantes ordenada por Herodes, donde se observa otro importante elemento
simbólico, que tiene unos magníficos antecedentes en la provincia, como es la
ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga. Un árbol, la palmera, que no son
pocos los científicos que consideran como el más antiguo del mundo, sino que
también en cierta Sura del Corán, se le reconoce como el árbol que proveyó de
sombra, alimento y agua a la Sagrada Familia; un Árbor Vitae que, además
de ser sus hojas distinción de santidad, suele servir, en numerosas
representaciones, de báculo o cayado a ese gigantón caminero portador del Niño,
tan apreciado popularmente, pero a la vez tan menospreciado por el facto
eclesiástico, pues en el fondo no hace sino referencia al paganismo asociado
con los gigantes de los antiguos cultos, siendo, quizás, los personajes más
representativos, además de éste, los jentillaks de las tradiciones vasco-navarras:
San Cristóbal o San Cristobalón.
Digno de mención, por otra parte,
es el artesonado de madera, que en algunas partes todavía conserva restos de la
policromía original. Detalle significativo, además, son los canecillos que se
localizan a la altura de la cabecera, pintados de blanco, como las paredes de
la iglesia y que, representando cabezas humanas, tienen ojos y labios
resaltados en negro, observándose en los cuellos, cruces igualmente pintadas.
En la pila románica, al menos
dos, se está procediendo en la actualidad a su restauración, y aunque se
observa alguna rotura, tiene forma de copa y una decoración basada en arcos. En
el coro, y muy deteriorados, se observan algunos bancos, en los que figura
grabada la siguiente inscripción: Soy del Arciprestazgo.
Por último reseñar, algunas estelas funerarias,
almacenadas al fondo de la nave, que lucen como motivo principal un tipo de
cruz que, aunque muy común, no dejaba de representar, también, a las órdenes
militares: la cruz paté o patada.