miércoles, 19 de diciembre de 2012

Feliz Navidad y Próspero Año 2013


Otro año está punto de llegar a su fin. Viejo y cabizbajo, como un actor que ha llegado al final de su carrera, está a punto de abandonar el escenario de su última representación y perderse para siempre entre las candilejas que definen esa tierra de nadie que suelen ser, generalmente, los bastidores. Habrá, como siempre en toda representación, diversidad de opiniones entre el público: unos aplaudirán, emocionados por la función que acaban de presenciar, y otros, más críticos, que no necesariamente peores, se sumirán en el silencio y lanzarán una pedorreta despectiva hacia el escenario, sin disimular un ápice su disgusto. Son reacciones humanas que definen, al fin y al cabo, algo que nos caracteriza y desde luego, nos hace ser como somos: los sentimientos. Por alguna extraña razón, son precisamente los sentimientos los que vienen a representar un papel principal en esta tragi-comedia teatral en la que todos, prácticamente, nos ponemos el traje de pastor y con el cordero a hombros, nos dirigimos a Belén. Y es allí precisamente, en ese Belén, familiar e íntimo, donde celebramos las Pascuas, y donde también nos damos cuenta de que, en realidad, el Año Viejo que se va y el Año Nuevo que viene, no son tan importantes porque, por desgracia, siempre nos faltará alguien que, por circunstancias, no podrá acompañarnos al Portal. Esto es algo que todos, cantemos aleluyas a la Navidad o bailemos al son de los tambores de Jano, tenemos muy presente. Y también tenemos muy presente, que la vida continúa, y aunque siempre nos acompañarán las espinas de la rosa, también hemos de pensar que nunca nos abandonará la fragancia de su recuerdo.
Como todos los años, también este viejo galgo de los caminos en general, y de los sorianos en particular, siente que ha llegado el momento de tumbarse unos días, y descansar. Y como todos los años, no puede evitar sentirse invadido por esa vanalidad que, para ser honestos, debería acompañarnos todo el año y no sólo en estas fechas. Por eso, este año tampoco podía faltar a la cita, y como soy autónomo de mi propia pluma y no pienso declararme un ERE a mí mismo, aprovecho para proponeros un brindis muy especial, sin importar el papel que el futuro nos tenga reservado. Os propongo, sencillamente, un brindis por la Vida.
Y por supuesto, de todo corazón, os deseo una Feliz Navidad y un afortunado Año Nuevo.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Señuela: entre un hola y un adiós



Siempre me ha sorprendido la cantidad de acontecimientos, cosas, experiencias o detalles que ocurren entre ese espacio de tiempo que existe entre dos palabras tan simples, como son un hola y un adiós. Recabar en ello, y para ser honesto, debo agradecérselo a ese genial cantautor que es Joan Manuel Serrat. No en balde, sus canciones me han acompañado en tantos viajes, que aparte de proporcionarme un título para calentar la imaginación de todo el que se dé una vuelta por este blog, me ofrecen, a la vez, el título perfecto para narrar unas vivencias que, aunque simples en apariencia, denotan esa singularidad tan especial con la que los sorianos extienden la mano al forastero.
Para alguien que ha leído -e incluso oído- muchos cuentos a lo largo de su vida, comenzar sin el típico tópico de érase una vez, no deja de ser, en el fondo, toda una agradable novedad. De manera que, parafraseando a este entrañable compañero de camino, bien pudiera afirmar, sin faltar nunca a la verdad -o a esa apariencia de verdad, ya que, como las opiniones, todos tenemos una y pensamos siempre que la nuestra es la que vale- que en el momento en el que volví a tener a Señuela a la vista, no pude por menos que decirme: te sienta bien el otoño, qué gusto volverte a ver...
Porque, sin necesidad de acudir a remedios alucinógenos para abrir esas puertas de la percepción -como dirían los clásicos Huxley, Leary, Lilly o Castaneda- es cierto que Señuela apareció, a los ojos de este impenitente viajero, con un aspecto saludable y totalmente diferente a la última vez que la vi. Qué duda cabe, que para un alma celtíbera, el color verde esmeralda con el que la tierra proclama sus ganas de vivir, aprovechando no sólo la última gota de lluvia sino también hasta el último suspiro del rocío matutino, representa una visión tan grata como placentera, que merece, cuando menos, una breve descripción.
Llena de agua a instancias de los vecinos, la forma ovalada de la charca contribuye a crear una imagen surrealista que, como si de un espejismo se tratara, dota al pueblo de un agradable y a la vez pinturesco aspecto marinero. O si se prefiere, y dejándose llevar por la mirada entrañable, cuando no dulce de los impresionistas de todo tiempo y lugar, el aspecto de una acuarela romántica enmarcada en la mediática bondad de sus intensos y naturales matices.
A pie de promontorio -no olvidemos que Señuela se asienta sobre un sólido corazón de roca viva- y laborando con paciencia de artesano al volante de su tractor, un agricultor peina surcos en la tierra, mientras la curiosa torre medieval de la iglesia de Santo Domingo de Silos, se lava la cara en el espejo de la charca, anticipándose a una luna señera que, aunque de manera imperceptible, comienza a bostezar, amenazando con despertar en cuestión de horas. En las calles, aunque se dejan ver y maúllan, faltan gatos. Dicen que hubo un perro, de praxis agresiva, que tan de moda está en los tiempos que corren, que terminó con varios de ellos. Quizás por eso, los que quedan, sin duda previsores o de lección aprendida, se mantienen una prudencial distancia. La suficiente, al menos, para permitirles escapar en caso de que cualquiera de las siete vidas que les otorga la tradición, pueda verse amenazada. Y no es una cuestión banal. Hay amenazas que no pueden preverse, pero que realmente existen. Señuela, como cualquier otro pueblo, no sólo de la provincia, sino de cualquier provincia, sabe bien hasta qué punto es cierto. Amenazas furtivas, en la sombra, cuya deslealtad, premeditación y alevosía, provacan un vómito de repugnancia en la honradez y hacen que la desconfianza hacia el forastero, después de todo, pueda llegar a estar justificada. Me congratula decir que no es mi caso, aunque alguna boca lenguaraz -que como las meigas en Galicia, habelas haylas-, pretenda colgar sambenitos en cabeza ajena, en lugar de ocuparse de colocárselas en la suya propia.
Esto -y vuelvo a lo de las amenazas que, como digo, habelas haylas también- queda de manifiesto, camino del lavadero. Queda éste, algo más allá de un pequeño bosquecillo de aspecto druídico, en el que árboles y maleza arropan un antiguo pozo que, por su forma, bien parece ser sacado de ese juego vital que recorre todo peregrino que, aparte de pretender adentrarse en los misterios del pasado, pretende, de paso, adentrarse también en el conocimiento de sí mismo: el Juego de la Oca. Llama la atención, de hecho, ese moho amarillento que como una segunda piel se adhiere a la corteza de unos árboles de ramas desnudas que sueñan con la resurrección en primavera, y me pregunto, si quizás antiguamente no formara parte de esos remedios caseros, esos remedios de la abuela, en cuyos ingredientes, figuraba también esa mano de santo capaz de poner en pie hasta al mismo Diablo. Debió de ser éste, no cabe duda, aquél que sugirió a la miserable langosta humana cometer la tropelía contra el patrimonio ajeno. De hecho, aparte de algunas piedras caídas del muro, en el suelo aún se conserva la huella de la bestia. Es de forma circular, similar a aquéllas otras que las buenas gentes de Devonshire descubrieron un buen día de mañana en la nieve, y profunda, lo cual demuestra que, después de todo, debió de suponer un gran esfuerzo hacerse con los dos lavaderos, a pesar del brazo articulado del camión. Una completa premeditación para un trabajo, vuelvo a repetir, indigno. No es de extrañar, por tanto, que haya quien, en buena lógica, puesto el suyo propio a buen recaudo. Y esto, en el fondo, no deja de ser una cuestión indignante, pues indica, tristemente, que ya no puedes estar ni tranquilo ni seguro en tu propia casa.
Y aún así, la vida continúa en Señuela. Y qué diantres, lo hace a pesar de meigas y de langostas, de tristezas y de desazones; lo hace, con ese tipo especial de alegría y placer humano que conlleva el simple gesto de sentarse a la mesa con los amigos, sin más ley ni finalidad, que la de gozar de unas horas inolvidables en su grata compañía. Evidentemente, sintiéndome como amigo, corto me quedaría si no expresara también el orgullo, no exento de alegría, que me produjo poder ser parte y dicha, que no juez, en esa mesa y tener unos cortos pero inolvidables momentos de grata conversación con el aliciente añadido de disfrutar de unas delicias que, para colmo de parabienes, no se las zampa ni un rey.


Y para que veáis que ni miento ni exagero, y haciendo bueno el refrán de que una imagen vale más que mil palabras, aquí os dejo este vídeo. Y ahora pregunto yo: después de esto, ¿a quién le importa el pavo en Nochebuena?. Por eso, aparte de mi más sincero agradecimiento, también os juro y os perjuro, queridos amigos de Señuela, que para la próxima no dejéis de avisarme, que como los chistes de Arévalo, me presento en el pueblo, como el cura, a la hora exacta de comer. Un fuerte abrazo a todos.