En marzo de 2011, tuve el inmenso honor y privilegio de conocer a Cándido Heras y a varios miembros de la Asociación Cultural Amigos de Señuela, con los que compartí no sólo mesa, sino también unas horas inolvidables en las que me fueron mostrando, con todo lujo de detalles, parte de los edificios que, com tesón, esfuerzo y mucho cariño, han ido rehabilitando para volver a dar a este pequeño pueblo, cercano a Morón de Almazán, parte de ese aspecto y de esa antigua vida que antaño tuvo.
Durante la visita, tanto al pueblo como a su entorno, me fueron poniendo al día sobre esa entrañabloe historia popular, generalmente conservada de puertas para adentro, que se echa en falta, por desgracia, en los rígidos manuales de formación que el Ministerio de Educación y Ciencia considera imprescindibles para instruir a las futuras generaciones. Unos manuales, me permito añadir, en los que no hay cabida -ni tan siquiera por unas breves líneas- para difundir unos aspectos tan personales de nuestra Historia, de nuestro Arte y de nuestra Tradición, que posiblemente ayudarían a fomentar entre nuestros escolares, un respeto y una mayor valoración de nuestros pueblos y de nuestro Patrimonio. O mejor dicho: de su futuro Patrimonio.
Porque ahí es donde está la verdadera riqueza de un país, en su Cultura.
Por desgracia, hay gente de sangre fenicia e instinto de langosta que, amparándose en la noche y en esa oscura debilidad jurídica que justifica con multas lo que en otros países costaría los cinco dedos de la mano, se dedican a comerciar con los frutos del expolio. Un expolio, que hace mella en el legado futuro de nuestros hijos y ofrece un vino amargo en aquellos que aman su pueblo, su tradición y su cultura. Parte de esa tradición, de esa cultura y de esa historia personal de Señuela, son los antiguos lavaderos de piedra. Unos lavaderos individuales, labrados en un solo bloque y raros de encontrar que, como decía Paloma Sánchez Garnica (1), tienen su alma en la piedra y atesoran, entre sus dormidos recuerdos, entrañables historias que contar.
Hace unos días, desaparecieron dos de estos preciosos elementos. Y con ellos, parte de esa alma afín a Señuela, que dormitaba plácidamente en el pueblo que les vio nacer. Cándido lo sabe bien. Por eso, no sólo me congratulo desde aquí con esa pérdida, sino que animo a todos los amigos que visitan este blog, a que observen bien las fotos y tomen nota por si, caprichoso como suele ser, ese genio endemoniado llamado Azar, se sacara un conejo de la chistera y pusiera la visión de alguno de los lavaderos desaparecidos en su camino.
Pero quizás, todo lo expuesto se comprenda mejor, en palabras del propio Cándido, quien, amablemente, me permite reproducir la carta que ha enviado al director de uno de los diarios de la provincia:
Un lavadero que llora.
La noticia, triste noticia, es que han robado dos pilas del antiguo lavadero de Señuela.
El lavadero público o "Pozo Concejo" de Señuela, es un lavadero descubierto, cercado con pared de piedra, con un pozo para sacar el agua subterránea y brocal, y sus pilas de piedra. Las pilas robadas eran de una única pieza, labradas a cincel, quizás una de ellas medieval.
Si las piedras hablaran, estas pilas podrían recitar libros de relaciones interpersonales. Nos dirían noticias agradables y tristezas, de sacrificios, de como administraron con sabiduría la miseria nuestros antepasados. Nos explicarían como se lava a mano, de la tabla, de rodetes, de panales de jabón hechos a mano, de baldes, de azulillo,etc.
No se si estas pilas lloraban, cuando con pluma y de cuajo fueron arrancadas, quizás no, o es que no pues estaban asustadas y extrañadas; quizás durante el viaje en camión, probablemente de noche, tampoco, o es que no se veían las lágrimas en la oscuridad; no se si llorarán en algún chalet o en otro lugar, pero se que están tristes.
Lo que si sé, es que alguna lágrima se ha desprendido y ha caído, como gota de agua cristalina, por las mejillas, de esas mujeres que hasta los años 60 lo utilizaron para hacer la colada.
Esas mujeres que en invierno cuando el agua salia caliente, aunque se helaba pronto, iban a lavar llevando un saco lleno de paja para meter los pies y que el frió fuera menos intenso. Esas mujeres que al salir el sol, tapaban con un trapo la pila y le echaban algún caldero, para saber que estaba ocupada o cogida. A esas mujeres, a esas mujeres,.....
Podrán llevarse piedras, pero no os pueden robar el corazón. A vosotras mujeres os animo para que desde lo más profundo sepáis transmitir a vuestros nietos y bisnietos, una forma de vida y una cultura que ha desaparecido.
Escribo estas lineas como homenaje a todas aquellas mujeres que lo han utilizado a lo largo de los años; a los ladrones solamente decirles, que no robáis piedras, robáis las historias de los pueblos y de las familias que los han habitado.
Cándido. Señuela.
(1) Paloma Sánchez Guernica: 'El alma de las piedras'.