jueves, 27 de septiembre de 2012

El pequeño tesoro románico de Alpanseque


En una provincia de contrastes, como es Soria, no podían faltar detalles que, por su rareza e interés, merecen un alto en el camino y, cuando menos, el honor, siquiera, de una breve reseña, por muy corta y especulativa que ésta pueda llegar a ser. Porque escribir, sobre todo del pasado, en el fondo, conlleva atenerse, por regla general, a utilizar el conveniente recurso de la especulación, a que todo el mundo tiene derecho. Es el caso de Alpanseque y la herencia de origen románico, representada por la portada sur de su parroquial.
Hemos de situar esta pequeña población soriana, dentro del término de Almazán, en plena frontera con Guadalajara, y a escasa distancia de poblaciones tan mediáticas como Sigüenza, Atienza, Cincovillas y Alcolea de las Peñas, en cuyas proximidades se localiza el despoblado de Morenglos -con restos de su parroquial, tumbas antropomorfas y algunas viviendas excavadas en la roca, que se suponen de origen visigodo- y dentro de cuyo término municipal, el viajero inquieto puede disrutar de una curiosa maravilla medieval, en su cueva natural reaprovechada como cárcel. No muy lejos tampoco, aunque ya dentro de la tierra soriana, el viajero que desee conocer lugares de interés y anécdota, puede acercarse a poblaciones cercanas, que no le defraudarán, como la medieval Rello o la enigmática Barahona, con su piedra de las brujas o sus peligrosos pozos airones, antiguamente dedicados a una oscura divinidad saturniana, como era el dios Airon y algo más allá, a poco menos de seis o siete kilómetros, disfrutar con el estilo, peculiar y único en su género en la provincia, de la portada de la parroquial de Villasayas.
Situándonos de nuevo en Alpanseque, una vez cumplido el rito de exponer, siquiera a grosso modo, su situación, resulta conveniente señalar que la portada a la que hacía referencia, cubierta de andamios cuando yo la conocí -a finales de noviembre de 2011- contiene, como también avanzaba, un elemento que, aunque natural, sobre todo en el románico aragonés, resulta aquí poco corriente, como es el crismón, si bien es cierto que, no muy lejos de allí, también se localiza otro ejemplar por encima de la portada de la parroquial, con aspecto fortificado, de Romanillos de Medinaceli.
Si bien, podría decirse que en los crismones de origen aragonés, y sobre todo en el jaqués, se evidencia en ocasiones la presencia de animales con un rico simbolismo, como sería el caso, por ejemplo, de la poderosa figura del león (1), llama la atención, no obstante en ésta portada de la iglesia de Alpanseque, la escolta humana, a ambos lados del anagrama de Cristo, que hacen dos curiosos personajes que, a juzgar por las estolas, parecen corresponderse con dos oficiantes. Una función, simbólica y ritual, que se ve complementada, no cabe duda, por un acompañamiento, imaginativo y escénico, bastante castigado por el tiempo, pero realmente interesante. Se advierte una curiosa afinidad con el siempre controvertido tema del Grial, puesta de manifiesto en esas dos aves que, representadas en el capitel de la izquierda, beben de una fuente o de una pila. Aves que, recordemos, están también asociadas con el alma humana y ésta, a su vez, con el concepto de la inmortalidad. Figuras, que tendrían su contrapartida en el capitel de la derecha, con la figura de una sirena de dos colas, a la que acompaña, en la parte inferior, una serpiente enroscada. Sirena que, como los ángeles caídos, eran primitivamente representadas como aves y la serpiente que, no obstante condenada por los imperativos eclesiales, se asocia, en su versión simbólica menos transparente, con el Conocimiento. Y de hecho, también existen representaciones en las que se las aprecia, como en el capitel de las aves, bebiendo de la pila. En farmacia, sin ir más lejos, tal símbolo fue profusamente utilizado, junto con el del caduceo formado por dos serpientes con los cuerpos entrelazados.
Ahora bien, si estos elementos pueden resultar atractivos por la carga simbólica que arrastran, no olvidemos ese extraordinario comlemento que muestra, en una de las arquivoltas situada inmediatamente debajo del crismón, la figura, genuinamente significativa, del pastor. Y llegados a este punto, dejando a un lado la posible alusión crística en la figura del buen pastor -extensible, de hecho, a la Iglesia como institución-, y observando con detenimiento las figuras que acompañan al pastor, que más que ovejas parecen cabras, por las protuberancias que se observan en sus cabezas, me pregunto si quizás -vuelvo a recordar lo que comentaba al comienzo de la presente entrada con respecto a la libertad de la especulación- esta, en principio, posible influencia aragonesa, no fue también la trashumante introductora del culto a un curioso y a la vez intrigante santo, con inconfundible olor a azufre y heterodoxia, que en parte, explicaría su presencia en dos lugares determinados: Santa Cruz de la Serós y Suellacabras. El culto al que me refiero, es el de San Caprasio, donde todavía se pueden ver las ruinas de su antiguo cenobio en éste último pueblo.
Sea como sea, y que cada cuál saque sus propias conclusiones, lo que resulta evidente es que en ésta pieza artística localizada en Alpanseque, tenemos un pequeño tesoro románico, con el que deleitarse o consolarse, al menos, con el placer de la especulación.

(1) Uno de los ejemplos más relevantes, lo encontraríamos en el tímpano de la iglesia de lo que fue, allá por el siglo XI, el monasterio de Santa María, en el pueblecito de Santa Cruz de la Serós, a escasa distancia de Jaca y del monasterio de San Juan de la Peña.