lunes, 2 de julio de 2012

Reliquias románicas de Calatañazor: la ermita de la Virgen de la Soledad



'Mitología: conjunto de creencias de un pueblo primitivo referentes a su origen, su historia antigua, sus héroes, deidades y demás, que se diferencia de los relatos verdaderos que se inventa ese pueblo más tarde' (1).

Hablar de Calatañazor, es hablar de Historia. Una Historia antigua, quizás desconocida en esencia y desde luego incierta que, de hecho, se podría suponer que fue moldeada en las ardientes fraguas saturnales que calzan las pezuñas de los desbocados caballos del mito y la leyenda. De una época mágica, sin duda, que se gestó siglos después de que pelendones y romanos intercambiaran hachazos en el nombre de unos dioses que ya comenzaban a ser viejos en un mundo predestinado a un apocalíptico choque de civilizaciones. Un pueblo que embruja, atrayendo siempre al visitante con el encanto de su ancestral medievalismo, donde a la belleza de unas casas de adobe, piedra y madera que parecen mantener un precario equilibrio cuesta arriba, se unen, como fantasmas encadenados al lugar, recuerdos fragmentados de una época oscura, legendaria y sobre todo épica.
Aún resuenan, allá, en lo más alto de las melladas murallas de su derruido castillo, las voces frenéticas de la retaguardia de un ejército sarraceno que regresaba a Medinaceli después de arrasar La Rioja y desmochar los sagrados muros de San Millán de la Cogolla, alertadas por el grito triunfal de la vanguardia cristiana, mandada por el conde Sancho García -hijo de García Fernández de Castilla- mientras Almanzor, el azote de Dios, agonizaba sobre la silla de su caballo. Corría el mes de julio del año 1002, y aún los templarios no habían nacido ni siquiera como proyecto de Orden. Lo digo porque cabe la posibilidad de que todo aquél que ascienda por la calle mayor de Calatañazor y entre en esa iglesia con aspecto de fortaleza, que es Santa María del Castillo, se deje seducir por las historias del custodio sobre sus tumbas, ocultas en lo más profundo de una cripta que constituye todo un misterio. Lo que sí es histórico, y digno de tenerse en cuenta, aunque muchos pasen a su lado y no reparen en ello, es ese curioso escudo que muestra cinco mujeres enfundadas en un vestido que parece semejar una vieira peregrina. Un escudo de raíces ancestrales, que se puede localizar también, y por partida doble, en el interior de la Colegiata de San Pedro de Teverga, en Asturias, y que pertence a los Miranda, parientes de una de las familias más antiguas del Principado de Asturias: los Quirós (2). Un escudo que, aunque no lo parezca, resume uno de los grandes mitos de la Edad Media: el Tributo de las Cien Doncellas. Tributo de vergüenza, de sometimiento y esclavitud al invasor moro y un oprobio para la monarquía asturiana, en la figura de su rey Mauregato. Mito que, de hecho, se extendió por los diferentes reinos cristianos, a medida que avanzaba la reconquista, recogiéndose, entre otros, en lugares como Carrión de los Condes o Villalcázar de Sirga.
Podrá el visitante, también, quedar deslumbrado con ese curioso Cristo gótico crucificado sobre una interesante cruz de gajos, o con las tallas, la más antigua en un pésimo estado de conservación, de la Virgen del lugar, la Virgen del Castillo. Pero es seguro que regresará a casa, quedándose con las ganas de acceder a esa solitaria ermita, situada al comienzo del pueblo, a pie mismo de esa carretera que cinco kilómetros más adelante desemboca en Muriel de la Fuente y ofrece la posibilidad de contemplar una alucinación natural única: el nacimiento del río Abión, más popularmente conocido como el Ojo de la Fuentona. Una ermita construída fuera de las murallas -como esa curiosa ermita de la Virgen del Val, fuera también de las murallas de la villa de Atienza, que muestra en su portada una versión de la vida descarriada y licenciosa en las figuras de sus contorsionistas- que aún muestra en su ábside, elementos de curioso interés, para todo aquél que se detenga un momento a contemplarlos. Rostros y usos de la época, incluído ese de rasgos netamente negroides, situados junto a figuras monstruosas -de esas que tanto despreciaba Bernardo de Claraval- y elementos netamente simbólicos, como el perro, compañero de esos enigmáticos santos de los caminos de los que quizás el más popular sea San Roque, o el lobo, animal emblemático de las hermandades de canteros que cincelaron en la piedra extraordinarios conocimientos de una perdida sabiduría; o esa serpiente, que forma con su cuerpo enroscado una espiral, símbolo no sólo astronómico, sino también universal. Y quizás, se deje llevar por la tristeza al contemplar ese pantocrátor incompleto, donde faltan dos de los símbolos de los evangelistas...
A veces no es difícil preguntarse por qué esa negativa a dejar que la Cultura fluya; por qué no mostrar a los demás aquello que debe de proporcionarnos orgullo; por qué permitir que nuestro Patrimonio languidezca tristemente en el olvido. He conocido muchas ermitas e iglesias, en mis ya largos recorridos, pero no recuerdo haberme encontrado con una que haga honor a su nombre como ésta: de la Soledad.
Ya sabes, amigo/a que un día desees pasar un agradable rato paseando por un pueblo con sabor y tradición. Cuando la veas, ahí, incombustible y solitaria al pie de la carretera, no pases de largo y detente unos minutos a mimarla: tal vez te cuente algún secreto que te alegre el día. Y después, si la crisis no lo impide y el negocio tampoco, detente unos minutos y repón fuerzas en La Casa del Cura. Y si te acercas en época estival, no lo dudes, acércate hasta las melladas murallas del castillo al atardecer y verás al sol cubriendo de sangre los campos de alrededor.
Calatañazor no sólo es Historia -o propaganda histórica, que los cristianos pronto aprendieron a valerse de ella- sino también Leyenda. Una Leyenda, que merece la pena descubrirse. No en vano allí, Almanzor perdió su atambor.


(1) Ambrose Bierce: 'El diccionario del diablo', Ramdon House Mondadori, S.A., 1ª edición, octubre de 2007, páginas 329-330.
(2) Aunque existen varias versiones, quizás la más tradicional sea ésta: 'Antes que Dios fuera Dios / y el sol diera en estos riscos, / los Quirós eran Quirós / y los Garridos, Garrido'. Esto ofrece una idea de antigüedad de esta familia y su notable intervención en la formación del Reino de Asturias y el posterior periodo de la Reconquista.