viernes, 4 de febrero de 2011

Con su blanca palidez: San Juan de Rabanera

Como piensa, así es el hombre.

[T. Lobsang Rampa]

Siempre me he preguntado si es ésta curiosa iglesia de San Juan de Rabanera la que custodia el antiguo palacio al que posiblemente un hada ultrajada convirtiera en la actual Diputación Provincial, o por el contrario, es ésta última quien vela, mima y en ocasiones lava la cara al sortilegio que es, en el fondo, éste afortunado híbrido románico.
También es cierto, que siempre, parado frente a su reaprovechada portada, he intentado imaginármela en su lugar original; pero de la malograda iglesia de San Nicolás, situada a un centenar de metros más abajo, casi nada queda en pie, si exceptuamos unas tristes ruinas, cuyos muñones señalan dolientes hacia el cielo, quizás reclamando la parte de magia que la nieve otorga a todo aquello donde la place dejarse caer.
Por supuesto, la última vez que la vi, había tal cantidad de nieve, que resultaba imposible localizar esas milenarias marcas que una bandada de ocas salvajes, vaya usted a saber con qué desconocido y esotérico motivo, dejó grabadas en las losas del pavimento que conforman la acera junto a la entrada a la iglesia. Tampoco pude presentar mis respetos al Cristo templario (1) que, procedente del cercano monasterio de San Polo, espera pacientemente colgado detrás del altar la consumación de los tiempos. Pero sí pude observar las evoluciones por la nieve de una bruja soñadora que, cámara en mano, intentaba atrapar en la pequeña abertura de su objetivo una magia milenaria que aún está lejos de desvelarnos todos sus arcanos secretos.
Por cierto, la subida hacia la iglesia de la Virgen del Espino por la calle Caballeros -de clave en clave, y tiro porque me toca- estaba bastante peligrosa.
Soria, 28 de Enero de 2011
(1) Existe una fantástica leyenda relacionada con este Cristo, recogida por el genial investigador Rafael Alarcón Herrera, bajo el título de 'La leyenda del Cristo Cillerero', cuya lectura recomiendo a toda aquella persona interesada.


miércoles, 2 de febrero de 2011

Con su blanca palidez: Monasterio de San Juan de Duero

¿Que es Dios?. Es longitud, anchura, altura y profundidad.
[Bernardo de Claraval]
No puedo evitar preguntarme qué hubiera dicho Napoleón Bonaparte a sus soldados, si en lugar de encontrarse en Egipto, frente a las pirámides, los hubiera reunido en éste claustro del monasterio soriano de San Juan de Duero, frente a ese risco siniestro y pelado que es el Monte de las Ánimas, con la nieve crujiendo bajo las suelas de sus botas y el gélido aliento del cercano Moncayo mordiendo la escarapela tricolor de su sombrero. Utilizando el recurso de la imaginación -que es uno de los pocos recursos que no pagan impuestos en ésta sociedad en la que vivimos-, y en base a la Historia conocida, seguramente de los labios de le grande empereur de la France, hubieran brotado unas palabras similares a éstas:

- ¡Soldados!. ¡Desde las órbitas vacías de estos arcos, mil años de búsqueda de la perfección os contemplan!.

Esas palabras, bajo mi punto de vista, podrían definir, a la perfección, la cualidad principal de una obra que, no obstante todos los avatares de su longeva existencia, ha llegado hasta nosotros con una parte considerable -teniendo en cuenta, el desprecio con que fue tratada durante años- de su antiguo esplendor.

Desde luego, no es un modelo único en el mundo occidental, pero sí uno de los pocos, poquísimos ejemplos que, en cuanto a su diseño, se pueden admirar en ésta Europa Comunitaria. Tan sólo creo que existe un lugar similar en Italia, aunque lamento no poder ser más específico en este momento.
Una obra que, utilizando los elementos básicos de toda arquitectura sagrada -peso, medida y proporción, entre otros- ha inspirado a poetas y novelistas, glorificando una época en la que, después de todo, hubo hombres que soñaron a Dios, haciendo realidad aquella cita del Génesis (9, 13), que dice: mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra.
Tener la oportunidad de verlo así, cubierto de blanco satén, no deja de ser, en el fondo, todo un acontecimiento capaz de traer a la memoria aquéllos crípticos versos de un Machado cuyos mundos, en la época que los escribió, estallaban en el aire como pompas de jabón:
El alma del poeta
se orienta hacia el misterio.
Sólo el poeta puede
mirar lo que está lejos
dentro del alma, en turbio
y mago son envuelto...
Lugar que inspira sueños, no puedo negarlo: siempre que vuelvo...¡en el corazón se clava un nuevo dardo!.


martes, 1 de febrero de 2011

Crónica de la Soria Blanca

No es inhabitual, desde luego, que en una provincia de las características de Soria, las precipitaciones en forma de nieve sean abundantes y a la vez, tenaces y de cierta consistencia. Tampoco son habituales, para los que vivimos a alguna distancia, los desplazamientos de placer en tales condiciones, y sin embargo, una vez superado el reto de llegar -y aún con el fantasma de la incomunicación rondando por la mente- resulta un auténtico deleite disfrutar, siquiera por unas horas, de una ciudad engalanada de cabello de ángel.




La Plaza del Ayuntamiento, o de los Doce Linajes; San Juan de Rabanera; las ruinas de la malograda iglesia románica de San Nicolás; la Concatedral de San Pedro; el puente medieval sobre el Duero, y los Arcos de San Juan, entre una infinitud considerable de lugares, constituyen, así vistos, toda una oportunidad de ofrecer a los sentidos, caprichosos como veletas al viento, unas panorámicas que, estoy seguro, dejarán siempre huella en un rincón del alma, como cantara Alberto Cortez.

Esta no es, pues, una crónica en el sentido restringido a la palabra escrita, sino más bien, una crónica visual; una crónica hecha sólo por y para el deleite, que espero que os guste tanto como a mí.