lunes, 24 de enero de 2011

Descubriendo Señuela

A la salida de Morón de Almazán, uno tiene varias alternativas: bien regresar por donde ha venido, o bien dejarse llevar por la aventura y elegir una ruta alternativa hacia lo desconocido. Por suerte o por cabezonería, elegí la segunda opción; y como suele ocurrir cuando uno se deja llevar por lo imprevisible, al tomar la carretera SO-P3106 en dirección a Adradas, tenté a esa hábil jugadora de póker que es la Diosa Fortuna; y al hacerlo, tropecé con un pequeño y pinturesco pueblecito -creo que aún está considerado como barrio de Morón- que, situado a unos tres kilómetros de distancia, sobrevive con cierto orgullo a los embites con que ese temible cierzo, sañudo y empecinado con la disculpa del invierno, lo bate por los cuatro costados. Es lo que tiene y lo que le da un atractivo especial a la llanura soriana, o a las parameras, como gustan de decir por ahí: la cantidad de pequeños pueblecitos que, cuál diminutos satélites, permanecen situados a la vera de una ciudad mayor.
Señuela, sin duda, hace honor a su nombre; porque resulta todo un señuelo, o una treta, si prefiere, que lo primero que se vea del pueblo sea una torre medieval a la que, oportunamente, se ha adosado una iglesia. Para el amante de lo rural, del Arte en general y de los misterios de la Edad Media en particular, resulta como un guante lanzado a propósito. Y aceptado el reto, poco importa si el cierzo helado te atraviesa la tela del anorak y lacera tu carne como cuchillos bien afilados. La curiosidad, sin duda más fuerte, hace que dejes el coche aparcado a un lado del camino y aunque sea encogido y con las manos agarrotadas por el frío, te arrojes de cabeza a la aventura que conlleva siempre explorar un lugar nuevo. Antes de llegar a la iglesia, una casa rural, completamente reformada, hace que te lleves la primera sorpresa: se trata de la antigua fragua, según reza el cartel. Y junto a él, otro cartel que avisa de que la recuperación de ese emblemático edificio, de esa genuina representación de la arquitectura rural, ha sido cofinanciada por la Unión Europea, dentro de la Iniciativa Comunitaria Leader +, al igual que el antiguo horno de pan, que se encuentra situado algunos metros más allá. Sorprende, sin embargo, que dentro de los planes de la mencionada iniciativa -que aplaudo, desde luego- no entren, también, la rehabilitación de algunas de las antiguas casonas del pueblo, semiderruídas o a punto de ceder a los embites del tiempo y el abandono, según se puede apreciar en el vídeo que acompaña la presente entrada.
Sorprende, así mismo, la advocación de la parroquia de Señuela: Santo Domingo de Silos. Y si bien es cierto, que al menos en sus elementos exteriores, no se aprecia rastro alguno de románico, sea silense o de cualquier otro tipo, también dibujado con pintura roja debajo del nombre, uno se encuentra con un conocido símbolo característico de algunos gremios canteros y de indiscutible presencia en el Camino de Santiago: una especie de lazo o cruz de brazos desiguales, cuyos extremos conforman la señal inconfundible de la pata de oca.
El día no estaba para paseos, desde luego, a pesar de que en ocasiones el sol hacía verdaderos esfuerzos por dejarse ver entre un cielo cubierto de nubes plomizas que amenazaban temporal. Achaco a tal circunstancia el que no me cruzara con alma viviente alguna durante mi recorrido, y ese detalle me impidiera, aparte del gusto que hubiera sido visitar los mencionados y emblemáticos edificios, recabar más información sobre el lugar, sus habitantes, y por supuesto, sus costumbres. De modo que, de una forma tan casual, puedo solamente añadir que ya tengo una excusa perfecta para volver.
Un último detalle: acostumbrado a ver al Señor John Deere campeando por nuestros campos, fue una grata visión observar que, en su lugar, el azul cielo del Señor Ebro, campeaba por sus fueros en una calle de Señuela.