Sic transit gloria mundis: Santa María de Tiermes

'...a la deriva, qué importa dónde, hay todo un mundo sin sentido ahí fuera para vagabundear'.
[John Crowley (1)]
Siempre hay un mundo más allá de ese que consideramos seguro y al que, incluso cuando en ocasiones nos aprisiona como las cuatro paredes de una celda, denominamos hogar; un deseo implícito de ir más allá; un reto que afrontar y, si es posible, superar; una frontera que salvar, y sobre todo, un lugar al que llegar. Poco importa si éste es un lugar al que ya se ha ido en numerosas ocasiones; y poco importa, así mismo, si una de las fronteras que hay que salvar es un puerto que se llama Somosierra y suele estar cubierto de un blanco manto de armiño durante buena parte del invierno. La aventura comienza en el preciso instante en el que uno cierra la puerta de su casa trás de sí, y acto seguido pone rumbo al horizonte, aún a sabiendas de que, por mucho que madrugue o por mucho que corra, nunca lo alcanzará. Soñar con hacerlo, sería una quimera. Como quimera es, no me cabe la menor duda, llegar a un lugar como Tiermes y su entorno y no dejarse llevar por la ensoñación. O como diría Carlos Castaneda (2): Ensoñar no es tener sueños, ni tampoco es soñar despierto, ni desear, ni imaginarse nada. A través del ensueño, podemos percibir otros mundos, los cuales podemos ciertamente describir, pero no podemos describir lo que nos hace percibirlos.
Ignoro cómo y por qué resortes se activa el mecanismo que despierta la ensoñación. Y poco me importa, en realidad, saberlo. Me conformo con saber que existe; y conociendo, o mejor dicho, aceptando su existencia, me satisface decir que en mi caso, cada vez que acudo a Tiermes y observo, en primer lugar, ésta iglesia de Santa María, siempre me asalta la misma visión. Una visión que se remonta, cuando menos, a un mundo babilónico; un mundo apocalíptico que significaba el fin de un ciclo y el nacimiento de otro.
La iglesia de Santa María de Tiermes, viene a significar, bajo el punto de vista de ésta visión, esa espinilla en pleno rostro de un mundo todavía pagano; una huella de colonialismo católico entre unas gentes sumidas, aún, en los paradigmas de la Antigua Religión.
No debe resultarnos entonces extraño, encontrar, entre la influencia silense de sus capiteles, referencias a cosmogonías anteriores, entendidas como prioratos de corrupción y pecado. Arpías, centauros e incluso hidras de siete cabezas formando parte de unos cimientos encaminados a atraer, como un imán, las conciencias de las gentes; tanto de las gentes del lugar, en una probable decadencia, como la de los numerosos peregrinos que paraban aquí a descansar y luego continuaban viaje, seguramente pasando por la vecina Caracena.

En la actualidad, no hay culto en la iglesia de Tiermes, a excepción del día de la romería -en mayo, creo- acontecimiento al que acuden los vecinos de los pueblos de alrededor para homenajear a una virgen titular, Santa María de Tiermes, cuya talla -posiblemente gótica, de finales del siglo XIII o principios del siglo XIV- se custodia en la catedral de El Burgo de Osma. Durante muchos años, a sus pies se veneraba, también, una misteriosa pieza de estilo renacentista, descubierta en el yacimiento: un efebo al que los piadosos lugareños confundieron con un Niño Jesús durmiente, y cuyo rastro se perdió, incomprensiblemente, en el Museo Numantino de la capital. Al menos, cuando acudí interesándome por él en febrero de 2009, no supieron decirme exactamente cuál había sido su destiono, a excepción de que había estado expuesto hasta hacía relativamente poco tiempo.
Santa María de Tiermes, un faro cerrado a cal y canto en un finis terrae envuelto en las brumas de la historia y la leyenda. Sic transit gloria mundis.
(1) John Crowley: 'Aegypto', Ediciones Minotauro, 1ª Edición, diciembre 1990, página 276.
(2) Carlos Castaneda: 'El arte de ensoñar', Círculo de Lectores, S.A., 1994, página 7.


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