viernes, 23 de julio de 2010

Rello, genuino sabor medieval

El rollo de Rello es de yerro, asevera el refranillo popular, refiriéndose al rollo jurisdiccional del siglo XVI y único en su género, que se levanta en la Plaza Mayor. Pero lo más interesante de este pueblecito, asentado sobre un altozano al sur de la capital y a mitad de camino entre la señorial Berlanga de Duero y la brujeril Barahona, es que aún conserva esa genuina magia medieval que consigue que una visita constituya, desde cualquier punto de vista, toda una experiencia.
Si bien es cierto que los caminos que conducen hasta este pequeño enclave medieval adolecen de una adecuada conservación -en la actualidad, parece que se están llevando a cabo trabajos de reacondicionamiento en la pista que parte desde Barahona- no es menos cierto, que adentrarser por ellos resulta siempre una auténtica aventura. Llanos, montes y quebradas apenas transitados ofrecen un atisbo de romántico aislamiento, de bohemia soledad que aumenta aún más, si cabe, el atractivo de este pueblecito, asentado a la vera del río Escalote, y situado, no obstante, también, a escasa distancia de Caltójar, y por supuesto, de esa enigmática y genuina maravilla de origen mozárabe, que es la ermita de San Baudelio.
Aunque la fortaleza y las murallas que rodean Rello datan del siglo XV, es posible que se levanten sobre algún tipo de fortín anterior; incluso sobre algún castro de origen celtíbero, pues no hemos de olvidar que en los alrededores se encuentran necrópolis y yacimientos arqueológicos que apuntan en este sentido. Recordemos, por ejemplo, el entorno de Conquezuela y las necrópolis de Miño de Medinaceli.

martes, 20 de julio de 2010

Barahona: retorno a la Piedra de las Brujas


Viejas feas y asquerosas

nos llama el vulgo traidor;

que pregunten si lo somos

a nuestro dueño y señor.

Guía, guía que ya el día

su enojosa luz envía.

Hermosas les parecemos,

que es cuanto bien deseamos;

ni al vulgo imbécil tenemos

ni a nadie necesitamos.

Viva y reine la alegría

mientras esté ausente el día.

Vulgo necio, vulgo necio,

que bien hallado en tu error,

a las brujas nos desprecias,

y a su maestro y señor.

Está escrito que algún día

se acabará tu manía.

Entre tanto, con pellizcos,

escobazos y palizas,

el cuerpo os haremos trizas,

para forrar el pandero

que rompiéndose se va.

¡Ahajá, ahajá, ahajá!

[Anónimo] (1)


No deja de ser una visión netamente folklórica, la imagen desvergonzada, en ocasiones abyecta pero sin duda deshinibida y sensual, la asociada generalmente con estos personajes que, de alguna manera, han sobrevivido a las llamas de la incomprensión, introduciéndonos, desde nuestra más tierna infancia, en mundos de fantasía, donde no siempre ejercieron ese papel villanas y aliadas del Diablo que la Historia tuvo a bien concederles como un eterno sambenito.
Como casi todo lo que ha llegado hasta nosotros de épocas pretéritas, brujas e Historia no parecen ponerse felizmente de acuerdo, al menos en el caso que nos ocupa. Y resulta curioso que todo el mundo -o casi todo el mundo- haya oído hablar de las brujas de Barahona, y sin embargo la Historia, grandisima meretriz pagada al mejor postor, en ocasiones, apenas reconozca cómo, dónde y por qué surgió este mito.
Seguramente, un mito subsiste mientras se hable de él. Es cierto que cualquiera que pase un día por Barahona, verá, a la entrada del pueblo, un parque infantil que lleva el nombre de Parque de la Bruja. Y no muy lejos de éste, al pie mismo de la carretera y junto a la parada del autobús, un cartel de madera, con forma de flecha que, señalando una incierta dirección, indica Piedra de las Brujas. Y digo incierta porque, a pesar de las buenas intenciones de los señaleros del lugar, la referida piedra -mejor dicho, lo que actualmente queda de ella- no es, en modo alguno, fácil de localizar.
La piedra del misterio, con agujero incluído en su centro, queda prácticamente oculta en esos campos que apuntan hacia Villasayas, y aún más allá, a Almazán, y resulta muy fácil pasar de largo y no ver un caminillo rural, cubierto de hierba, lilas y amapolas desde el que, a pesar de todo, nunca se pierde la referencia del pueblo, y mucho menos del águila pétrea, al acecho en lo más alto, que es su iglesia de San Miguel.
Aún a pesar de que la hierba está alta, se puede llegar en coche hasta la Piedra, aunque es preferible dejarlo a un lado del camino y salvar andando la escasa distancia. Llaman la atención el silencio y la soledad, apenas rotos por el susurro del viento, siendo difícil no recordar que en estos mismos campos continuaron los hostigamientos de los cristianos contra las tropas del gran caudillo árabe Almanzor, en su retirada de Calatañazor, mortalmente herido. O también que, en época moderna, por ejemplo, fueron utilizados como aeródromo por el ejército nacional, cuyos bombarderos hostigaban a las tropas republicanas asentadas en Sigüenza.
Anecdóticamente hablando, fueron precisamente soldados nacionales quienes destrozaron en parte esta curiosa Piedra de las Brujas, que hasta entonces recibía el nombre de Altar de las Brujas, pensando que se asentaba encima de un gran tesoro, basándose, posiblemente, en esas fantásticas leyendas de tesoros escondidos por los moros en su retirada, tan comunes a todas las regiones de España.


(1) Extraído del libro de Gumersindo García Berlanga, 'De Barahona y sus brujas', Editorial Ochoa, 2006, páginas 49-50.