jueves, 8 de julio de 2010

Recuperando la Memoria Escolar de Romanillos de Medinaceli

Lo más parecido que se me ocurre ahora mismo para comparar con el recuerdo o la memoria, es el mitológico Ave Fénix, que renace siempre de sus cenizas. Recordar, de alguna manera, es volver a vivir; es, comparativamente hablando, lanzarse de cabeza en esas insondables profundidades del corazón y recuperar el inapreciable tesoro de la memoria.
En ocasiones, hablar de memoria en este país, conlleva pensar en un episodio cruento y desgraciado, cuyas heridas, aún al cabo de ochenta años, parecen no haber cicatrizado. Ahora bien, el tipo de memoria al que quiero referirme aquí, aunque localizada en los años posteriores a ese desgarrador agujero negro de nuestra Historia, encaja en otro tipo de recuerdos; unos recuerdos más cercanos y más íntimos; unos recuerdos que nos enternecen y que, en el fondo, cuando volvemos la vista atrás, nos tientan a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Un sentimiento quimérico, desde luego, aunque en este caso, la culpabilidad habría que buscarla en ese personaje anónimo de Romanillos que tuvo la brillante idea de cubrir los cristales de la antigua escuela, con recuerdos de los niños y niñas que un día estudiaron allí.
Recuerdos, por otra parte, que valen su peso en oro, pues constituyen testimonios inestimables de unos tiempos y de una forma de vivir y de pensar determinados, que parecen estar situados a abismos de distancia de una sociedad actual, que apenas entiende de carencias y parece estar sobrada de todo.
Leyendo estas pequeñas perlas de memoria, es difícil no preguntarse, por ejemplo, ¿qué tesoros, prohibidos para los alumnos, guardaba doña Neme en el armario de la clase, sobre todo, teniendo en cuenta los tiempos de carencias a que nos referimos?. ¿Qué habrá sido de Miguel, aquél niño, seguramente travieso pero bonachón, que ponía caras cuando la maestra no estaba y hacía reir a los demás niños?. ¿Qué sensaciones no serían aquéllas de ver la nieve caer a través de la ventana de la escuela, con la cesta de costura sobre el regazo?.
En fin, una idea extraordinaria, vuelvo a repetir, que hace que quien pasee por las calles de Romanillos y eche un vistazo a los cristales de la antigua escuela, se encuentre a sí mismo gratificado con una regresión espontánea al pasado que, después de todo, si nos detenemos un momento a pensar, no está tan alejado de sus propios recuerdos.

domingo, 4 de julio de 2010

Hay otros mundos, pero están en éste: Edelia de Villasayas

Afirmaba Paul Elouard, escritor y filósofo francés, que hay otros mundos, pero están en éste. Mundos que tenemos cerca y que, aunque casi tocamos con los dedos de la mano, por regla general nos pasan por completo desapercibidos, porque no los consideramos como tales. Se trata de mundos muy especiales; mundos particulares que constituyen en sí mismos pequeños universos y diminutas galaxias, salvaguardadas siempre por la frontera invisible del anonimato.
Tan sabio o más que el mencionado filósofo, al que Salvador Dalí dedicó un retrato en 1929 -retrato que hoy vale, desde luego, una auténtica fortuna- es, sin duda, ese genio inmortal que, arropado por la más elemental de las sabidurías, conocemos como Refranero Popular. Todos nos nutrimos de él, en algún momento de nuestra vida, y rara es la ocasión que dejamos pasar sin echar mano de sus sabios consejos.

Acudo a él, entonces, aferrándome con idéntica determinación a como lo haría un náufrago a esa providencial tabla en medio del océano, para introduciros en esos mundos que, hemos de suponer, somos o constituimos cada persona, y descubriros a otra persona, o a otro pequeño mundo, si lo preferís, que gira alrededor de un satélite rural, de nombre Villasayas, situado, a su vez, en el interior de una pequeña galaxia llamada Soria.
Villasayas, como muchos otros pueblecitos de esa otra Extremadura -término por el que desde tiempos de la Reconquista y posterior repoblamiento, se conoce también a Soria- aún conserva una parte importante de su patrimonio Histórico-Artístico, localizándose éste entre los muros que conforman su parroquia, nacida en las postrimerías del siglo XII bajo los auspicios de un Arte, el Románico, no en vano considerado por algunos autores -no me cansaré de repetirlo- como el estilo de la peregrinación.


De este estilo de la peregrinación o románico, actualmente no queda mucho en la parroquia de Villasayas, aunque sí lo suficiente, para que durante los meses de verano -tiempo de apertura predeterminado de monumentos- el pueblo reciba numerosas visitas. Visitas que, de hecho, son particularmente atendidas por este mundo que es Edelia, de manera que se puede afirmar, con toda tranquilidad, que la relación entre Edelia y ese pequeño microuniverso espiritual dedicado a la Virgen de la Asunción, o la Asunción de la Virgen -tanto monta, monta tanto- es, por el momento, indivisible e íntima.

Pero el mundo de Edelia, no se reduce tan sólo a hacer de guía, llaves en mano, recorriendo continuamente esos escasos metros que separan la puerta de su casa de la puerta de la iglesia. Su mundo es sencillo, y a la vez, lejos de parecer una incongruencia, también es complejo, interesante y delicado. Es un mundo donde conviven trabajo, fuerza de voluntad, y sobre todo, es un mundo donde la imaginación tiene también un protagonismo destacado. Protagonismo que transmite a través de esas mismas manos que hacen las labores de su casa, o las duras faenas del campo.
Manos, como digo, curtidas en mil y una faenas, capaces, no obstante, de sujetar con delicadeza unos pinceles que, a su vez, exploran y transmiten otros mundos; mundos interiores, donde la magia de los sueños se viste siempre de Luz y de Color, para mostrar paisajes idílicos; escenas campestres o bodegones, que quizás en su diseño íntimo no hayan previsto las proporciones áureas de los grandes maestros de la Pintura Universal -e incluso, posiblemente, aquellos otros que, Magister Muri, levantaron el templo siguiendo estos parámetros-, pero que, fuera de toda duda, otorgan serenidad, admiración y magia simpática en quien los contempla, habiendo merecido el honor de ser expuestos -junto con obras de otros mundos anónimos distribuídos por ésta entrañable provincia- en el que quizás sea uno de los monasterios más emblemáticos del Císter en Castilla y León: Santa María de Huerta.

Es difícil conocer personas tan gentiles y vitales; tan llenas de fuerza, de vida y expresividad, y no sentirse, en el fondo, impresionado. Por eso, vuelvo a repetir aquí lo que he repetido ya algunas veces a lo largo y ancho de las entradas de este blog: una de las cosas que más impresiona de Soria -aparte de su parajes idílicos y su rico patrimonio histórico y artístico- son esas estrellas que le dan un color y un sabor especial: son, sencilla y llanamente, sus habitantes.
Por eso, no puedo, si no, finalizar la presente entrada, pensando, convencido, en ¡cuánta razón tenía Elouard!. ¡Hay otros mundos, desde luego, pero sin duda, lo más interesantes, a mi modo de ver, están en éste!.