lunes, 22 de marzo de 2010

El Arte Hermético en San Saturio


Posiblemente sea el Arte el que mejor haya definido, a través de los siglos, ese misterioso país de las lágrimas a que hacía referencia el Principito de Saint-Exupéry en una de sus geniales frases. Si no el Arte en general, sí al menos una variación artística que, considerada en base a unos principios o fundamentos religiosos, oculta, en su trasfondo, connotaciones mistéricas, muchas de las cuales beben directamente de fuentes cultuales mucho más antiguas que el Cristianismo.

Dentro de este paganismo artístico disimulado, no dejan de ser igualmente interesantes, aquellos personajes que, venerados por el pueblo en base a unos hechos cuando menos legendarios y aún a pesar de su aparente santidad poco apreciados en realidad por los poderes fácticos eclesiásticos, portan consigo un simbolismo hermético de características singulares que, como también decía nuestro pequeño héroe, en otra de sus frases sin desperdicio, hacen pensar en que lo esencial es invisible a los ojos.

Lejos de pretender crear un axioma o una regla sin excepciones, sí es cierto que, dentro del enorme universo santoral cristiano, existen una serie de figuras definidas, cuya presencia se repite a todo lo largo y ancho de la geografía peninsular, con una persistencia que, lejos de ser casual, sugiere un tipo de interés oculto, o tal vez una clave iniciática olvidada, convertida en la actualidad en un culto sin más, consentido de buena o mala gana.
Estos principios herméticos, ocultos la mayoría de ocasiones bajo una apariencia de idílica inocencia, ponen de manifiesto, también, la rebeldía del autor en cuestión que, animado por la licencia de su genio protestaba de una manera encubierta y subliminal, en contra de unos principios laicos oficial y absolutamente establecidos. Protesta o rebeldía que, caso de haberlo hecho de una manera abierta, podía haberle acarreado funestas consecuencias en épocas donde la intransigencia, disfrazada de dogma divino, imponía su ley a sangre y fuego bajo la siniestra sombra de la Inquisición.
Pero no sólo los grandes genios como Leonardo Da Vinci -pongamos como ejemplos significativos obras tales como La última cena o las dos versiones de su famosa Virgen de las Rocas- o Nicolás Poussin -con su interesante y controvertida obra Les vergiers d'Arcadie (Los pastores de Arcadia)- se valieron de todo tipo de artimañas para revelar en sus obras unas verdades gnósticas paralelas.
No tan conocidos, incluso anónimos y artísticamente mediocres, a lo largo de la Historia hubo colectivos artísticos que no dudaron en dejar todo tipo de señales en sus obras. Tal es el caso, por ejemplo, de Juan Antonio Zapata y su contribución al ya de por sí conjunto hermético-artístico de la ermita de San Saturio. Conjunto que, remontándose en el tiempo a los siglos VII y VIII, con la invasión árabe de la Penísula, el desmembramiento de la monarquía visigoda y el deseo de retiro y anacoretismo del noble Saturio, y continuando, aproximadamente en el siglo XIII con la permanencia de la Orden del Temple y su sincretismo mistérico, hace del lugar un auténtico caldo de cultivo donde proliferan todo tipo de connotaciones y señales.
Transformado el culto de la antigua ermita de San Miguel de la Peña, una vez descubierto un cuerpo santo que dicen de San Saturio, se acomete una reforma que, se supone, se realizó sobre los restos de la primitiva ermita. De ahí que mantuviera su actual forma octogonal, complemento arquitectónico en el que muchos autores, aunque no sea una teoría cien por cien demostrada y aceptada -de hecho, aún se continúa dirimiendo la autoría de lugares emblemáticos como la Vera Cruz de Segovia, o las iglesias de Santa María de Eunate y el Santo Sepulcro de Torres del Río, en Navarra-, ven una forma de arquitectura netamente templaria.

Discípulo de Jordan y Palomino, Zapata concluyó su obra pictórica en 1704. Dentro de las figuras santorales de esta pequeña Capilla Sixtina -metafórica y comparativamente hablando- destaca, en principio, la figura misteriosa de San Antón, luciendo sobre su hombro, perfectamente visible, una cruz tau; cruz que, por otra parte, caracterizó a una no menos misteriosa congregación religiosa, los antonianos, de pensamientos afines a los del Temple y asentados en ciertos lugares del Camino de las Estrellas, Camino de la Vía Láctea o Camino de Santiago, como Castrojeriz y Olite, donde fundaron Preceptorías Generales que se remontan al siglo XII. Famosas, al parecer, fueron las curaciones que los antonianos hacían del llamado mal de los ardientes (1), valiéndose, entre otras técnicas y remedios, de la imposición de ésta cruz.

Curiosa, cuando no deliberadamente, volvemos a encontrar una segunda cruz Tau en la ermita, grabada en la pared, por encima de la puerta de salida. Más arriba de ésta, otra cruz, patriarcal, para más características, llama también la atención, pues no en vano se asocia con los lignum crucis, el árbol de la vida y señalar, así mismo -aunque no hay constancia ni referencia que lo certifique-, la presencia de algún pedazo de la Vera Cruz custodiado en tiempos en el lugar por los templarios que regentaban el cercano monasterio de San Polo, dominando, de paso, el acceso a la ermita.

También algunos animales se caracterizan por su unión o acercamiento a las figuras de numerosos santos, siendo, tradicionalmente, el cerdo, la figura totémica e inseparable compañera, del santo en cuestión que nos ocupa. Figura, por otra parte, que acompañaba a ciertos dioses de la Antigua Religión, como puede ser el caso de la diosa celta Freya.

Simbólica, como pocas, es la calavera que suele acompañar a la gran mayoría de representaciones del Calvario y que, en el caso presente, se localiza, cuando menos, en una escena de anacoretismo que, independientemente de otra escena cercana que describe el milagro del paso del Duero por San Prudencio, puede representar aspectos de la vida del Santo Patrón soriano de origen godo. Su presencia resulta significativa, porque puede ser una alegoría a la tradición relativa al cráneo de Adán y el Árbol de la Vida, de cuyo tronco procedía el madero en el que habría de ser crucificado Cristo (2). De hecho, si observamos con detenimiento el objeto parecido a una tibia que hay junto a ella, observaremos que más que un hueso humano, parece una rama.

Otro tema que se localiza artisticamente en la obra de Zapata, es el de las Virtudes (3), conceptos ya conocidos en las escuelas filosóficas de la Antigüedad, que encontrarían su correspondencia hermética en los Triunfos Menores del Tarot, técnica adivinatoria basada en la interpretación de los naipes, cuyos orígenes, inciertos, desde luego, algunos autores sitúan en el Antiguo Egipto, y más concretamente en un libro controvertido como pocos: el Libro de Toth.

(1): Enfermedad también conocida como fuego sacro o fuego de San Antón, cuyos síntomas eran similares a los de la lepra en su fase más avanzada y que estaba provocada, según parece, por la ingestión de harina de centeno contaminada. Para más información sobre esta enfermedad y los antonianos, recomiendo la lectura del estudio realizado por Pilar Pascual Mayoral y Pedro García Ruiz 'Los antonianos y la cofradía de San Antonio Abad de Calahorra', disponible en archivo PDF en la siguiente dirección web:

dialnet.unirioja.es/servlet/fichero_articulo?codigo=3096295&orden=0

(2) Para mayor información sobre el tema, recomiendo la lectura del libro de Rafael Alarcón Herrera, 'La otra España del Temple', Editorial Martínez Roca, 1988, Capítulo 5 (Los Lignum Crucis, retoños del Árbol de la Vida), páginas 139-140.

(3) Un estudio extraordinariosobre este aspecto artístico-hermético del tema de las Virtudes y del simbolismo en general de la obra de Zapata en San Saturio, es el realizado por Teresa Hernández Benito: 'La figura de San Miguel Arcángel en San Saturio: connotaciones hermético-templarias, simbología de Vicios y Virtudes en el Santuario', Revista de Soria Nº57, verano de 2007'.