martes, 2 de febrero de 2010

Peroniel del Campo: iglesia de San Martín

'Griffin, el hombre invisible de Wells, decía: los hombres, incluso los cultos, no se dan cuenta de los poderes ocultos en los libros de ciencia. En éstos volúmenos hay maravillas, hay milagros'.
[Louis Pauwels & Jacques Bergier: 'El retorno de los brujos', Editorial Plaza & Janés, 1962]
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Siempre me ha llamado poderosamente la atención ésta referencia de H.G. Wells hacia la que remiten Pauwels y Bergier, en un auténtico clásico del misterio -o como se llamó en su momento, del realismo fantástico-, como es su obra El retorno de los brujos. A lo largo de la Historia, se ha hablado de libros -reales e imaginarios- que han despertado la codicia y la fantasía de los hombres, en virtud a la sabiduría y el poder contenido en sus páginas. Generalmente, aceptamos el valor y el conocimiento intrínsecos en todo proceso de comunicación, asociándolo a la escritura y, consiguientemente, a su soporte o formato físico que desde la invención de la imprenta por Gutemberg, nos parece ideal: el libro.
Pero hay otros tipos de formatos, tan antiguos como el mundo y posiblemente mejores receptáculos para plasmar una idea o transmitir una sucesión de acontecimientos a través de la fuerza de la imagen o la potencia del símbolo; un formato que, además de contener una sabiduría científica o una ciencia ancestral, está hecho para perdurar: la piedra. A este último grupo pertenecen, sin duda, templos como éste de Peroniel del Campo; templos que, aún escritos en clave y siguiendo unos patrones geométricos, matemáticos e incluso astronómicos hoy en día poco reconocidos por la inmensa mayoría, encierran saberes antiquisimos, constituyendo auténticas enciclopedias del saber, que hablan por sí mismos apenas se ponga sobre ellos la atención necesaria.
Pero un templo de éstas características -entiéndase, que en este sentido, hablo en general-, contiene, también, interesantes lecciones de antropología, que recogen buena parte de la vida y creencias de las personas que a lo largo de las épocas pasaron o tuvieron alguna relación con él, y que, por unas u otras circunstancias, reposan eternamente en los terrenos anexos o incluso en su interior, ocupando lugares de privilegio.
Si bien el tiempo lo cambia todo, siempre se encuentran pequeños resquicios que, a modo de recuerdos, más o menos fehacientes, contribuyen a recordar -valga la redundancia- el aspecto que tenía antaño.
Por ejemplo, el espacio interior que a modo de jardín separa la muralla del pórtico de acceso, fue, en tiempos, el antiguo cementerio. A simple vista, no queda nada, si exceptuamos, por supuesto, los interiores de este templo, que puede datarse, inicialmente en el siglo XII, como señalan algunos autores, siendo numerosas las tumbas pertenecientes a la nobleza de la época -e incluso a la nobleza de épocas posteriores- que se hallan en el piso de la nave. De ellas destacan, en importancia, aquéllas que se encuentran frente a la cabecera del altar que, como indica una inscripción situada en la pared, muy cerca de la puerta de entrada, pertenecen al noble Pascual Muñoz de Barnuevo, y a Doña Cisla, su mujer:
NOBILITAS UNICA VIRTUS
MORALES NEGROS
AÑO 1715
EL NOBLE PASCUAL MUÑOZ
DE BARNUEVO Y Dª CISLA
SU MUJER, ESTÁN AQUÍ ENTERRADOS
Y DEJARON A ESTE CONCEJO DE PERONIEL LAS
DEHESAS DE UNA Y OTRA PARTE DEL PUEBLO Y CALZADA
Y EL PRADO DEL TEMBLAR. COSTA DEL LIBRO
DE ANIVERSARIOS-RENOBÓSE AÑO 17...
Y no obstante, las tumbas más relevantes y que están a la vista -entre ellas una, situada en la capilla que queda frente al pórtico de entrada, que muestra, como motivos decorativos unas curiosas rosetas celtas- son, sin embargo, escasas si tenemos en cuenta el número indeterminado de anónimos que, al parecer, fueron enterrados verticalmente en la nave, posiblemente frailes. Antropológicamente hablando, nos encontramos con que el piso de la nave constituye, en el fondo, una auténtica necrópolis.