Un paseo por Visontium

Hablar de Vinuesa, resulta un ejercicio que no sólo conlleva, en lo que a mi particularmente se refiere, remontarse a un primer acercamiento personal acaecido en aquellos felices años de juventud, sino que exige, también, recoger en parte ese órdago lanzado por extraordinarios investigadores que emplearon años e innumerables esfuerzos, por acercarnos, siquiera en una pequeña síntesis, esa zona abismal, escurridiza y sobre todo mistérica, que se cierne a lo largo y ancho de la geografía de ésta España multicultural, que a pesar de lo que creemos, aún conserva celosamente escondidos infinidad de secretos.

Uno de estos investigadores -pionero, sin duda, de esos infinitos espacios existentes en una Historia afortunadamente no ortodoxa- es Juan García Atienza. En la actualidad, no puedo, si no, imaginármelo como un venerable ancianito; una noble personalidad que, a juzgar por la planta que se puede vislumbrar en las guardas de sus libros, me recuerda, y mucho, a ese otro gran pionero del Séptimo Arte nacional que nos acaba de dejar: Luis García Berlanga. Dichos apellidos me obligan, así mismo, a suponer una posible consanguineidad con aquél Gumersindo García Berlanga, en cuyo haber figura una documentada presentación del mito brujeril soriano por antonomasia, en un libro de consulta imprescindible titulado De Barahona y sus brujas.

A mi modo de ver las cosas, tanto uno como otro, el escritor y el director de cine, se enfrentaron siempre con valentía a lo académicamente establecido, planteando, cada uno en su campo de influencia, concepciones diferentes y por tanto, poco o nada gratas a unos intereses preestablecidos desde hace siglos.

No es de extrañar, entonces, que dentro de sus innumerables correrías detrás de mitos y tradiciones, Atienza nos presente a la antigua Visontium romana y posterior Villa y Corte de Pinares, como una pequeña perla, de raíces pelendonas, enclavada a la vera de lugares con arcanas connotaciones mágico-religiosas, como son las sierras de la Demanda y de Cebollera, y por supuesto, los Picos de Urbión, custodios de ese cíclope hechizado por su propio hermetismo, que conforma la Laguna Negra. Un territorio en el que, según comenta Atienza, ni romanos ni sarracenos penetraron. De manera que, insisto, cuando hablemos de ésta machadiana tierra de Alvargonzález, hagámoslo siempre con ese respeto ancestral, que nos demuestra su especial constitución.



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