Pero no son sólo debotos romeros sorianos los que acuden en tropel a una romería que, a juzgar por la afluencia de gente que pude apreciar ayer, parece que cada año bate récords de asistencia, sino también gente que acude de muchas y variadas provincias españolas, como Barcelona, Burgos, Bilbao y Madrid. Gente que, aparte de la devoción y fe que puedan profesar a estas dos emblemáticas figuras, acuden, también, aprovechando este periodo vacacional, a un entorno realmente privilegiado, atraídos por su extraordinaria belleza unos; por las innumerables leyendas relacionadas con la Orden del Temple otros, y por la oportunidad de pasar un agradable día de romería y festividad, los más.
Y como en toda romería que se precie, desde luego que en ésta no faltan las anécdotas. Como aquellos que, a pie o a caballo, deciden poner una nota de colorido y costumbrismo al acontecimiento. O -¿por qué no decirlo, si fue un detalle simpático?- como el párroco, convertido en ocasional fotógrafo de un grupo de peregrinas. O la pareja de abuelillos, avanzando renqueantes por la pradera, cogidos del brazo y ayudándose de los bastones. Esa pareja de buitres, encaramada en la roca más alta de un risco, contemplando atónitos la invasión de su entorno. Y también -y esto sea quizás la nota que entristece un poco un día de alegría y de paz- el típico patoso que confunde romería y botellón y tiene que ser amonestado a las puertas del templo.
Pero de cualquier manera, lo que sí que puedo decir, con la más sincera de las afirmaciones, es que fue todo un placer asistir, por segundo año consecutivo, al Cañón del Río Lobos y la romería de San Bartolomé.