domingo, 5 de julio de 2009

Retorno a Andaluz

Andaluz, un nombre en el que algunos investigadores quieren ver cierta posible inluencia de la amplia comunidad mudéjar que residió en tiempos en el lugar. Un pueblo, cuyo aspecto, en la actualidad, no difiere demasiado del aspecto de otros pequeños núcleos rurales que jalonan la provincia, pero que engaña, y mucho, si nos atenemos, por ejemplo, a la importancia que tuvo en el pasado, así como a la amplia comunidad que lo habitó, de la que fue y sigue siendo, cabeza de partido.
Resulta poco menos que incomprensible, acudir a una de las sedes más entrañables de la presente edición de las Edades del Hombre, como es la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga, y no dejarse caer -siquiera por hacer de ésta una parada ilustrativa y complementaria- por este pueblo, que, dicho sea de paso y con admiración no disimulada, conserva una de las mayores joyas del románico soriano del sigo XII: la iglesia de San Miguel Arcángel.
En efecto, enclavada en el punto más alto del pueblo -como no podía ser menos- la iglesia es visible en la distancia, gracias a una torre que, cual enhiesto y vital obelisco, simula un vínculo simbólico de unión entre la tierra y el cielo.
De secretos visibles o exotéricos, podemos mencionar, entre otros, el detalle de una inscripción sobre su pórtico -celosamente guardada por un grifo alado y un león en posición de ataque- que nos indica, al parecer, el nombre de su constructor, Subpirianus, así como la fecha en que se terminó de construir el templo: 1114.
Un interesado en la simbología subyacente en los números, seguramente encontraría tema de especulación con dicha fecha, considerando que la suma o adición de sus dígitos ofrece como resultado uno de los números más representativos y mágicos que se conocen, el siete:
1 + 1 + 1 + 4 = 7
Pero se trata, simplemente, de un comentario anecdótico en la presente entrada, aunque hablamos de un número de cierta importancia en el románico, pues no son pocas las iglesias que, por poner un ejemplo, lucen en su fachada una galería porticada con este número, que representaría, en teoría, las siete puertas de la antigua ciudad de Jerusalém. Todo simbolismo y detalle, que utilizaban como recurso los maestros canteros del Medioevo.
Hablando de detalles, y posiblemente no haya mucha gente que se fije en éste -yo lo hice, gracias a los comentarios de admiración de un carpintero de Cáceres, que acudía a pasar unos días de vacaciones en el pueblo de su mujer y estaba aprovechando el viaje para visitar las Edades del Hombre- es el de la puerta principal de acceso al templo.

Aún recuerdo, con meridiana claridad, su entusiasmo y admiración por un puerta que, en su opinión, rondaría los doscientos años de existencia y en la que el carpintero había hecho una obra maestra, como quedaba reflejada en la extraordinaria precisión del arco de medio punto de la puerta, que simulaba, en cierto modo, ese genial invento de los ingenieros romanos, tan utilizado en el arte románico.

Desde luego, las sorpresas en cuanto al arte aplicado al noble elemento de la madera en la iglesia de San Miguel de Andaluz, no se limitan tan sólo al trabajo artesano desarrollado en su puerta principal, sino que, yendo más allá, destaca por su peculiaridad y originalidad, en un lugar en el que, lo confieso, nunca antes en mis numerosas visitas, me había fijado: el maravilloso artesonado de la balaustrada de su coro.

Talladas en posición sedente y a todo lo largo del mencionado artesonado, se pueden apreciar una serie de figuras que parecen corresponder con personajes de reyes y reinas -cuando no alguna de monjes, capuchón sobre la cabeza incluido- levitan cuál gárgolas góticas en el espacio del coro, dando la impresión de ejercer una peremne vigilancia sobre los fieles.