jueves, 14 de mayo de 2009

Aventura en Calatañazor III

Tercera Parte
Non nobis, Domine...

No para nosotros, Señor, no para nosotros sino para Gloria de Tu Nombre. El Temple. Un tema siempre fascinante. Soria fue en el pasado una tierra de templarios; una prolongación en la Península de las Cruzadas.
La historia comenzó en 1095 en Clermont, Francia, cuando el Papa Urbano II, bajo el lema Deus lo Vult -Dios lo quiere- predica la Primera Cruzada. Los motivos exotéricos o mejor dicho, aparentes: arrebatar a los infieles los santos lugares donde vivió, predicó y murió Jesucristo; los motivos esotéricos u ocultos: limpiar Occidente de caballeros de fortuna, barones entregados a la guerra y la rapiña, y sobre todo, enormes intereses económicos encaminados a abrir y conservar las ricas rutas comerciales de Oriente, con las que proveer de abundantes reservas a unos estados feudales gobernados en la sombra por el Papado.

Después de la toma de Jerusalén en el año 1099 -una auténtica carnicería cometida por los cruzados en el nombre de Dios- nueve caballeros dirigidos por el noble Hugo de Payns -algunos autores dudan de su origen francés, atribuyéndole el apellido Payens, de connotaciones catalanas- solicitan audiencia en la corte del rey Balduino. El propósito, proteger y asistir a los peregrinos que se dirigen hacia la Ciudad Santa, resulta absolutamente desconcertante, pues unos años antes, con idéntico propósito, se crea la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén. Amparados por este noble propósito, el rey les cede lo que antaño fueron las caballerizas del Templo de Salomón. Estamos en el año 1118. A partir de aquí, comienza la leyenda...

Calatañazor, 9 de mayo de 2009. Después de la visita a un lugar extraordinario, como es el nacimiento del río Abión -conocido popularmente como el Ojo de la Fuentona, o simplemente como La Fuentona- y de haber contemplado de pasada el emblemático sabinar, Calatañazor aparece como un oasis histórico a cuya sombra, y sin pretenderlo, estoy a punto de toparme con unos escurridizos y misteriosos caballeros medievales: los freires milites Templi.

La iglesia-museo de Santa María del Castillo es una inmensa estructura que ha visto modificados sus primigenios orígenes románicos a lo largo de los siglos, y que invita -como ya lo hiciera aproximandamente un año antes, durante mi primera visita- a la curiosidad. No tanto por la estructura en sí, que, como digo, apenas conserva elementos en los que poder 'leer' unas probables claves dejadas intencionadamente por los maestros canteros medievales, como por dejar vagar la imaginación un rato, contemplando los variados tesoros artísticos que aún conserva en su interior. De ellos, y en un primer vistazo, se pueden citar, con todo merecimiento, la antiquísima pila bautismal, cuyos orígenes se remontan al siglo XI; el Santo Cristo del Amparo, del siglo XV o el Retablo Mayor, de influencias renacentistas y barrocas, en el que se puede admirar una de las dos tallas que se conservan de la Virgen del Castillo, en concreto la talla gótica o del siglo XV.
Sentado junto al arco románico del pórtico, Andrés, un anciano de aspecto severo, delgado y visiblemente encorvado por la edad y algun problema de columna, espera pacientemente al visitante. Al contrario que los pequeños negocios de otros vecinos -como la 'cocina-museo', la tienda de 'cosas de pueblo' o aquélla cuyo rótulo indica simplemente 'bártulos'- sabe que la iglesia es un foco de atracción para el turista. Por eso, y porque siempre hay algún extra que meterse en el bolsillo, espera que tarde o temprano, todo el que deambula por las estrechas callejuelas del pueblo, terminará recalando allí. De tal manera, que tiene el discurso bien aprendido para recitarlo de memoria; tan bien aprendido, como antiguamente era obligatorio en las escuelas aprender a memorizar y recitar la interminable lista de los reyes godos.

Se levanta despacio de la silla, cuando, junto a una pareja de mediana edad, nos ve coincidir en la puerta de la iglesia. Una vez dentro, pronto comienza a soltar el discurso, ante el aparente interés de la pareja, que lo siguen mientras yo me quedo unos pasos por detrás, intentando descubrir nuevos detalles que no consiguiera captar en mi visita anterior, hace, aproximadamente, un año. Obvio, pues, en principio los comentarios, y me dedico a observar y deambular a mi antojo por la nave central de la iglesia.
La primera parte de la visita -como era de esperar- finaliza enfrente del monumental Retablo Mayor, con los someros, escuetos comentarios acerca de su doble constitución barroco-renacentista, pues la parte de arriba pertenece a un estilo y a un maestro, y la parte de abajo a otro, así como con una breve reseña a la talla gótica de la Virgen del Castillo, datada, como he dicho al principio, en el siglo XV.

La visita, no obstante, comienza a despertar un interés inesperado cuando, accediendo a lo que podríamos denominar como la sacristía, el discurso -una vez comentados los excelentes cuadros custodiados en el lugar y procedentes de una escuela castellana con connotaciones flamencas que floreció en la provincia- 'los caballeros de una secta, los templarios' -palabras textuales- hacen acto de presencia. Por encima de los cuadros, en lo alto de la pared, una solitaria cabeza -quizás un animal o un demonio- hace que Andrés, suelta ya la lengua, se refiera a ella como al 'bafumet', ese ídolo misterioso al que, según todas las leyendas, adoraban los templarios y que constituyó, entre muchas otras, una de las principales acusaciones manejadas en el proceso que puso fin a su existencia en 1307.

Desde la sacristía, se accede a un cuarto más pequeño; un cuarto cuadrado donde el techo, en forma de bóveda y nervaduras en cruz, tiene otra sorpresa simbólica que puede pasar desapercibida, si no se presta la debida atención. En este caso, no hace falta. Visto el interés captado en cuanto ha mencionado el tema de los templarios, Andrés no tarda en afirmar que se trata de 'un símbolo que indica que allí, en la cripta, los templarios eran enterrados en nichos de a tres', simbolizando las bolas 'el lugar ocupado por el abad, en el centro, y dos hermanos a los lados'.
No deja de ser un detalle interesante, porque en el suelo, aproximadamente en el centro del cubículo, una losa que parece inamovible, señala el lugar de acceso a la cripta. En la parte de enfrente, y en la pared, 'se abrió una caja fuerte para evitar los robos', aunque -es sólo un pensamiento particular- tiene todas las trazas de constituir un acceso a alguna parte, que se ha querido ocultar a propósito. Comenta también -y esto es un dato interesante- que se están realizando investigaciones con detectores; investigaciones -no puedo si no recordar el símil de las realizadas en la Gran Pirámide de Keops- que, si alguna vez se terminan de llevar a cabo y se hacen públicas, pueden sacar a la luz -no me cabe duda- infinidad de secretos que permanecen inviolados a lo largo de los siglos.

En el cuarto, y apilados en mesas de madera que sin duda conocieron tiempos mejores, hay algunas joyas de indudable interes y valor histórico, como tres libros de época que descansan en vitrinas de cristal; la talla románica de la Virgen del Castillo (XIII) bastante deteriorada y que, al parecer era la auténtica titular, así como -y esto sí que es algo interesante- una representación de una Virgen desconocida con el Niño, con evidentes connotaciones egipcias, tal y como se puede apreciar en la ultima fotografía, donde, los amantes del simbolismo y el misterio, encontrarán motivos de discusión sólo con observar, por ejemplo, que la media luna tradicional es sustituída aquí por una efigie -¿Isis?- alada. El color, oscuro, se deba, posiblemente, al hecho de que la madera se haya ido ennegreciendo con los años. Pero es todo un enigma, digno de ser estudiado en posteriores indagaciones.
'Diario de un Caminante, Non nobis Domine, Calatañazor, 9 de Mayo de 2009'



miércoles, 13 de mayo de 2009

Aventura en Calatañazor II


Segunda Parte

Carpe Diem

A Horacio, poeta latino, y más concretamente a sus 'Odas', debemos esta frase, Carpe Diem que, curiosamente, pasó a convertirse en un aforismo urbano de índole mundial después de que la productora norteamericana Touchstone Pictures inmortalizara en el celuloide una trágica aunque entrañable novela de N.H. Kleinbaum: 'El club de los poetas muertos'.

A veces, las apariencias engañan; pero todos, de una u otra forma, la hacemos propia y la aplicamos, o procuramos aplicarla, porque, bien de oídas bien instintivamente, conocemos o intuimos perfectamente la continuación de la frase: quam minimum credula postero; o lo que viene a ser lo mismo -que nadie se asuste, no sé latín, de modo que es un plagio espero que perdonable- no confíes en mañana.

Aventurarse a visitar lugares como Calatañazor, significa exactamente eso: vive el momento y no confíes en mañana. Ningún día es exactamente igual a otro, como tampoco ninguna nueva visita es exactamente igual a la anterior.


Recuerdo, con emotividad, a las dos abuelillas sentadas junto a la puerta de casa, al principio de la cuesta, con las murallas a la derecha, sobre el promontorio, recibiendo impasibles la luz del sol; esas calles estrechas, de casitas ancestrales, ejemplo típico de una arquitectura medieval que conjuga la madera, el barro y la piedra con la alquimia mágica del pasado y en alguna de ellas -horror de los horrores, herejía y sacrilegio-, un símbolo inequívoco de la era espacial: una antena parabólica, señal inequívoca de que no hay lugar que dure aislado toda la vida.
Los viejos faroles, en su carcasa con forma de jaula y un cartel que induciría a continuar por las bocacalles de la derecha, si no estuviera bien visible -que por algo apunta siempre al cielo- la formidable torre de la iglesia-museo de la Virgen del Castillo.
Las tiendas de cerámica y recuerdos; de bártulos y 'cosas de pueblo', que exhiben innumerables recuerdos en la mortecina candileja de su interior y también ese oriundo de la cordillera de los Andes que bosteza semi tumbado a la sombra de los soportales, junto a la entrada del hostal-restaurante 'Calatañazor'. En el interior de este, apoyado en la barra, esa cerveza sin alcohol, fresca y con un sabor descerebrado al que a fuerza de años ya te has ido acostumbrando, y el coche de algún turista despistado que baja a más velocidad de la debida por unas calles concebidas en su tiempo, desde luego, para otros medios de transporte menos ruidosos y peligrosos.


La visita, una vez refrescado a las obras de Arte de la iglesia-museo, con Andrés, ese anciano que siempre me ha resultado extraño preparando las entradas a 1 euro, soltando el típico discurso aprendido a lo largo de los años, aunque en ésta ocasión, por motivos que merecerá la pena indagar con tiempo, contando historias de criptas y templarios que reservo para más adelante.

Pero sobre todo, lo que más me llamó la atención de esta nueva visita a Calatañazor, no fueron, aunque parezca mentira, estas historias a las que antes me refería y que me fascinan; no fueron tampoco esas obras de Arte cuyos símbolos y señales me inducen siempre a fabular o ese azulejo con motivos celtíberos o aquél otro que me dió la idea para esta entrada. No... Aparte de la belleza implícita a lo poco o mucho que haya podido describir y que se complementa, espero, con los vídeos que se exponen, lo que más me llamó la atención de una jornada tan memorable, fue ese vuelo preciso, perfecto, coordinado y absolutamente libre de esas aves rapaces sobre las que se basa todo un símbolo de Calatañazor: el castillo del Azor.

Diario de un Caminante, Calatañazor, 'Carpe Diem', 9 de Mayo de 2009

martes, 12 de mayo de 2009

Aventura en Calatañazor I

Primera Parte:
La ermita en ruinas de San Juan

Decía Carlos Castaneda, en su libro 'El arte de ensoñar', que a través del ensueño podemos percibir otros mundos. Ignoro hasta qué punto puede o no ser verdad; pero sí sé que a veces, cuando me encuentro frente a una obra de Arte echada a perder por sus peores enemigos, el tiempo y la estupidez humana -entre otros, aunque, no obstante, los principales- no puedo evitar detenerme unos minutos y dejar que la imaginación -una posible derivación de la ensoñación, según se mire- divague a su libre albedrío y que el águila -animal totémico donde los haya- de los pensamientos remonte el vuelo y con su ojo avizor, indague en los abismos insondables del tiempo, en busca de respuestas para tantas y tantas preguntas.
Entonces imagino una ermita, pequeña, auténtica y primordial, que seguramente fue precursora en el tiempo de iglesias más grandes e importantes, a cuya sombra -maldición de maldiciones, el olvido- ha ido languideciendo y perdiendo importancia a lo largo de los siglos. Observo el terreno donde se ubica -en la actualidad llano, de campos cultivados dorándose al sol- e imagino una protohistoria rica en señales ancestrales, pertenecientes, en muchos casos, a pueblos de más que probable arraigambre celta -los cercanos restos arqueológicos así lo confirman- que posiblemente sacralizaron el lugar para honrar a unos dioses presentes en el ánima pétrea, chorreante de sangre, de los altares de sacrificio.
Esos mismos altares o dólmenes o simplemente piedras de sacrificio donde siglos después -pondría la mano en el fuego por los siglos XII ó XIII- los cristianos levantaron sus templos y veneraron al Bautista -típico santo de advocación templaria- y a la Señora -no deja de ser fascinante estudiar la posible relación entre vírgenes negras y templarios-, esa Virgen del Castillo cuyo estado de conservación, aunque mejor en comparación con el de la ermita, denota características de la Isis primordial que, en el fondo, adoraron todas las culturas y aún conserva, sobre su manto, ese peculiar polvo de oro que el artista insufló, seguramente con la intención de denotar su origen solar o divino.

De murallas de la ciudad hacia fuera, aún es posible percibir el fragor de las escaramuzas de cristianos y sarracenos, aunque esos formidables cruzados -non nobis, Domine, non nobis sed nomini tua da gloriam- aparecieran (lo digo, porque en otra entrada detallaré un temilla relacionado con ellos) mucho tiempo después de la muerte del azote de los reinos cristianos, al que aún hoy en la actualidad, se le rinde homenaje -que cada uno juzgue si justo o no- en un pueblo orgulloso de conservar su rancio sabor medieval.
Para dejar testimonio de su presencia, unos hombres toscos -posiblemente de baja estatura, lo normal en la época- pero sabios, expertos en hablar con el mazo y el cincel -que a fin de cuentas, no deja de ser otro medio de comunicación-, dejaron su impronta, por ejemplo, en la cenefa serpentiforme que rodea al pórtico de entrada, idéntica, para más referencias, a la que también se puede admirar en la cercana ermita de la Virgen de la Soledad, y que, de hecho, parece constituir un pequeño denominador común en las ermitas de la comarca.

Y aún así, muñones enhiestos en estos campos que al atardecer el sol colorea de rojo sangre; invadidos de árboles y maleza cuyas flores gimen con el viento, ocupando lo que antaño fueran presbiterio y ábside, continúan desafiando al tiempo; planteando al hombre el enigma de su existencia; negándose a morir definitivamente como aquéllas otras que dotaron de importancia al lugar: San Roque, San Lázaro, San Nicolás, Santa Ana y Santa Coloma. Esta última, santa enigmática donde las haya, cuyo recuerdo aún perdura en la monumental iglesia de igual nombre -en la actualidad, rehabilitándose- en Albendiego, pueblo situado en las estribaciones de la Sierra de Pela, en la vecina provincia de Guadalajara.
Es tarde, cuando el águila regresa, y aunque en su vuelo no ha vislumbrado la presa que quería, despliega sus alas feliz, pensando que tal vez otra águila sea más afortunada a la hora de sortear esos abismos que el Tiempo, celoso guardián donde los haya, atesora como un avaro y sólo revela cuando el capricho o la casualidad -en la que desde luego no creo- así lo determinan.

Diario de un Caminante, Calatañazor, 9 de Mayo de 2009


lunes, 11 de mayo de 2009

Tierras de Calatañazor: el Ojo de la Fuentona

Segunda Parte
El Ojo de la Fuentona

Hay lugares que invitan a soñar; lugares en los que uno puede perderse libremente, teniendo la genuina sensación de estar en otro mundo. Muchas civilizaciones antiguas consideraban que este tipo de lugares -y en particular los lagos- eran una especie de 'ojos' por los que los dioses del inframundo observaban y vigilaban a los hombres.
Lugares especiales, no ya envueltos por el pragmático magnetismo de una belleza intrínseca, casi sobrenatural, que resulta evidente al primer vistazo; sino por ese halo de insondable misterio que los rodea. Lugares, por tanto, donde se generan los mitos y se moldean las leyendas. La Fuentona, estoy completamente seguro, es uno de ellos.

Si bien el cromatismo de sus aguas es tan prodigioso que inmediatamente seduce, la verdadera seducción se encuentra, no obstante, en esa dimensión oculta constituída por una intrínseca red interior de arterias que parten de un corazón que todavía no ha sido encontrado. No en vano, apenas dichas arterias han sido exploradas, aunque aún así, y a tenor de las imágenes mostradas por el equipo de Al filo de lo imposible, dejan entrever un mundo realmente alucinante; especialistas en espeleo-buceo y autoridades se han puesto de acuerdo en señalar el peligro que existe en sumergirse y adentrarse en ellas, por lo que se hace necesaria la concesión de un permiso especial.

Lo que podríamos denominar como el cráter natural desde el que mana el río Abión, ascendiendo a la superficie desde su ignota cuna acuífera y subterránea, se encuentra rodeado de bosque -más o menos espeso- a un lado, y de los escarpados desfiladeros llenos de lajas y cantos rodados del cañón por el que discurre, al otro. Sobre éste, planeando en el cielo con majestuosa elegancia -como no podía ser menos, para hacer honor a su nombre- el águila real otea el horizonte, sobrevolando en círculos la Fuentona, aunque lo suficientemente lejos de su ojo como para que su elegante silueta se refleje en las cristalinas aguas.

Abundantes en la provincia, las rapaces son todo un símbolo. Posiblemente por ello, y por su alto nivel en la evolución de su especie, sean justas acreedoras a un rico y variado simbolismo y por eso figuren en numerosos escudos nobiliarios.

Hay momentos en los que la ensoñación se rompe con el salto impetuoso y por sorpresa de una trucha que intenta atrapar en vuelo su alimento; pero una décima de segundo después, el único rastro de su presencia son las ondas producidas en la superficie del agua cuando vuelve a sumergirse.

Las sorpresas continúan. Tan repentina como el inesperado salto de la trucha -o quizás más, incluso- una espesa cortina de humo blanco surge algunos metros más allá. El humo no tarda en evaporarse, uniéndose alquímicamente con el aire. Alejo, pues, de mis pensamientos la posibilidad de un incendio y pienso en otra de las características inherentes a la Fuentona: la probable existencia de chimeneas subterráneas por donde la Madre Tierra expulsa el calor de sus entrañas. Aunque no en fotos, el acontecimiento, sin embargo, queda felizmente recogido en vídeo.

Minutos después, y con la decepción inherente de no poder contemplar una nueva fumarola, la gente comienza a invadir el lugar. Sus siluetas quedan fielmente reflejadas en el espejo del agua mientras una mujer, sorprendida como yo por el salto sorpresivo de una rana, me saca una foto a petición propia que me recuerde que ese día y a una hora determinada, los dioses y yo nos hemos mirado un instante a la cara.

Diario de un Caminante: La Fuentona, Soria, 9 de Mayo de 2009.


domingo, 10 de mayo de 2009

Tierras de Calatañazor: hacia el nacimiento del río Abión


Primera Parte

El entorno


El objeto de la presente aventura, se halla en las históricas tierras de Calatañazor. Concretamente, dentro del municipio de Muriel de la Fuente, situado, aproximadamente, a 6 kilómetros. Es allí, formando parte realmente de un entorno espectacular que apenas se ha visto malogrado por la mano del hombre, donde todo amante de la Naturaleza quedará prendado para siempre de dos auténticas maravillas: el Sabinar de Calatañazor y el nacimiento del río Abión. A este último, se le conoce popularmente como el Ojo de la Fuentona, o simplemente, La Fuentona.

Se recomienda que la visita se inicie en el Centro de Interpretación del Sabinar, donde el visitante podrá recopilar valiosisima información acerca de la importancia del bosque aledaño (74 hectáreas, de las cuáles, 22 hectáreas corresponden al sabinar), cuya especie arbórea protagonista -la sabina- se remonta nada menos que a la Era Terciaria. El lugar fue declarado como Reserva Natural en el mes de julio del año 2000.



Luego de la visita al Centro de Interpretación del Sabinar y al bosque de sabinas, y siguiendo el itinerario hacia el nacimiento del río Abión, el visitante amante del románico, podrá detenerse algún tiempo en la ermita de Nª Sª de la Vega, y paladear ese románico sencillo y rural que, a falta de otras magnificencias de un estilo que abunda en la provincia, tal vez le proporcionen alguna pista acerca de la autoría, comparando algunos detalles con otras construcciones similares de la comarca, entre ellas las de Calatañazor.


Interesante le resultará, también, echar un vistazo a la necrópolis medieval adyacente a la ermita -conocida como necrópolis 'Cerro del Castillo'- y ayudándose de los carteles explicativos, como se muestra en la foto, obtendrá algún detalle acerca de los ritos funerarios de la época, que a buen seguro contribuirán a añadir a su visita un interesante elemento cultural.


Una centena de metros más allá de la ermita y la necrópolis, la sugerente silueta coniforme del Centro de Interpretación de la Fuentona (primera imagen, por encima del título) le proporcionará un pequeño, pero cómodo aparcamiento, así como también todas las indicaciones y explicaciones necesarias para la visita a este pequeño mundo perdido, declarado con todo merecimiento Monumento Natural en noviembre de 1998.

Numerosos, así mismo, son los carteles indicadores que garantizan la dirección de las principales atracciones del Cañón. Por desgracia, y según me comentó la guía, la llamada Cascada de la Fuentona, no tenía agua. De manera que obvié la visita, aunque, desde luego, la dejo anotada en la Agenda como objetivo a cubrir en el futuro.


El primer vistazo de este genuino e importante acuífero, pronto queda a la vista y ofrece una detallada gama acerca de la variada tonalidad de colores que adoptan las aguas del río Abión, que estoy seguro contribuirán en gran medida a despertar multitud de sensaciones en el espectador.

Sensaciones, por otra parte, que unidas a la no menos variada gama de trinos de las numerosas familias de aves (cárabo, martín pescador, buitre leonado, alimoche, águila real y halcón peregrinos, entre otros) que han hecho del entorno su hábitat natural, contribuirán a hacer que se sientan, por unos momentos, espectadores privilegiados de un pequeño edén amazónico enclavado en pleno corazón de Castilla y León.

Similar efecto causará, seguramente, la contemplación de una no menor variedad de especies de árboles y arbustos (sabinas, sauces, chopos, aliagas, espliego, tomillo y salvia) que, desplegados sus encantos con total plenitud, harán mucho más entrañable y gratificante el paseo.

Pero si una imagen vale más que mil palabras, gozar del privilegio de ver y oir éste auténtico regalo de la Naturaleza, bien vale un desplazamiento.

Bienvenidos, pues, al lugar de nacimiento del río Abión.