sábado, 11 de abril de 2009

Peregrinando hacia el Misterio: Miño de Medinaceli

Nuestra próxima parada, una vez visitado Ventosa y semi-explorado muy superficialmente las interesantísimas cuevas de Olmedillo, es Miño de Medinaceli. Lejos de ser otro pueblo más, cercano a Medinaceli -unos 15 kilómetros, aproximadamente- Miño de Medinaceli constituye un foco arqueológico y cultural de primer orden. Siete son los kilómetros que separan a Miño de Medinaceli de Conquezuela, sobre la que ejerce, también, su Ayuntamiento. Y curiosamente, a tres kilómetros y medio exactos de una y otra, se encuentran la ermita y la cueva de la Santa Cruz.
En los peñascos que circundan el pueblo, así como en sus inmediaciones, los arqueólogos han encontrado numerosos focos culturales, que van desde los tiempos del Neolítico y la Edad del Bronce, hasta esa épica parte de nuestra historia nacional, denominada como la Reconquista. Buena prueba de ello, son, en cuanto a los primeros se refiere, los que se localizan en el denominado Abrigo de la Dehesa y el denominado Túmulo de la Sima. Pero nuestra aventura milenaria, se encuentra junto al pueblo, muy cerca de la iglesia que en un principio debió de estar bajo la advocación de San Miguel -apenas guarda rastros de sus primitivos orígenes románicos- y actualmente se denomina, según el cartel informativo, iglesia de la Transfiguración del Señor.
La gente se refiere a él como 'el castillo', y hay motivos para pensar que en tiempos fue una fortaleza celtíbera, como así parecen indicar las numerosas tumbas labradas sobre la dura piedra del risco. También se asevera, que en este enclave estuvo Viriato, el gran caudillo de los celtas lusitanos, en algún momento de su lucha contra Roma.
Puede resultar irónico, pero en medio de tanta historia al descubierto y de mucha más historia que todavía se supone que yace oculta en su subsuelo, las ovejas pacen en paz, recluídas en cercados de piedra y de madera.
Es de suponer, pues, que en Miño de Medinaceli, así como en los pueblos que conforman esta extraordinaria región, la Historia tiene todavía mucho, muchísimo que contar.


viernes, 10 de abril de 2009

Peregrinando hacia el Misterio: alturas de Conquezuela

9 de abril, Jueves Santo. La aventura, como suele ser habitual, comienza a las seis y media de la mañana. Como es de prever, el tráfico es más intenso que en otras ocasiones, pero no impide que se circule con cierta comodidad, habida cuenta de las fechas en las que nos encontramos. Salgo, pues, de Madrid con cierta satisfactoria desenvoltura, y sabiendo que voy con tiempo de sobra, me detengo unos minutos en el Área 103 con la intención de tomar un café. Mi primer café del día, posiblemente no el mejor, pero sí el más reparador. La luz del día apenas acaba de despuntar y ya resulta difícil encontrar un sitio en el que dejar el coche. En el interior, la cafetería bulle con las risas y las conversaciones de los numerosos clientes que han llegado antes, de manera que tengo que esperar unos minutos hasta poder acomodarme en la barra. El café no es nada especial, desde luego, pero como decía, entra bien y el estómago lo agradece. Intento distraerme observando los productos de la tienda que hay a mis espaldas. Junto a las botellas de aceite -no consigo ver el vino, que debe de estar en la parte interior de la tienda- una florida colección de botellas cuya marca, en letras grandes y mayúsculas, me llama enseguida la atención, dibujando una sonrisa en los labios: 'Hijoputa'. Hablo de orujo, por supuesto, de manera que sobran las explicaciones acerca del por qué de tan significativo nombre.
Mi próxima parada -obligada por costumbre, cuando no por tradición- se encuentra, aproximadamente, a cincuenta kilómetros. Histórica, apacible y señorial, Medinaceli bosteza cuando el sol comienza su lenta ascensión allá, por la línea del horizonte, prometiendo un día agradable aunque ligeramente ventoso.
Apenas pasan unos minutos de las ocho de la mañana, y aún dispongo de dos horas hasta las diez y mi cita en Conquezuela con José Luis B.M. No obstante de encontrarse sumamente ocupado preparando una oposición para el Estado -no dudo que sacará una plaza en el funcionariado, pues preparación y obstinación no le faltan- José Luis se ha prestado voluntariamente a mostrarme algunos de los lugares más interesantes del entorno de Conquezuela, lo cuál constituye un detalle muy de agradecer y también me brinda una oportunidad inmejorable de profundizar en mis investigaciones de un entorno verdaderamente fascinante.
Aunque reside en Madrid -tuvimos ocasión de conocernos personalmente el pasado mes de marzo, cuando mantuvimos una interesante entrevista que por cuestión de limitaciones no me es posible subir al blog- se puede decir que José Luis se ha criado prácticamente en Conquezuela -el pueblo de su madre- detalle que hace de él un guía de absoluta valía y confianza.
Durante la referida entrevista, José Luis me habló de las cuevas de Ventosa; de la extraña fauna con la que se toparon en ocasiones él y sus amigos cuando eran críos -entre ella una especie desconocida de salamandra, de color negro y 'cara curiosamente humana'-, y también me indicó un camino para acceder al risco que se levanta sobre la Cueva y la ermita de la Virgen de la Santa Cruz. Sólo desde la cima, se pueden contemplar las tumbas labradas sobre la piedra, en uno de los salientes del risco, y en este punto, se puede decir que comienza uno de los fascinantes enigmas del lugar. ¿Tumbas de eremitas?. ¿Tumbas de templarios, como opinan algunos autores?. En realidad, no se sabe. Como tampoco se sabe cuál ha sido el destino de los huesos de sus misteriosos moradores que, según palabras de José Luis, pudo ver con sus propios ojos hace muchos años, cuando apenas era un mozalbete. Tan sólo permanecen los habitáculos antropomorfos, con la cabecera apuntando al sur -quizás me equivoque en este sentido- que almacenan el agua de la lluvia y sirven de abrevadero a las variadas y numerosas familias de aves que habitan allí. Es difícil no asomarse al risco y contemplando esas tumbas, misteriosas y solitarias, no hacerse multitud de preguntas. Entre ellas, desde luego, la más importante: ¿por qué, precisamente, ese emplazamiento tan complicado cuando, aún a pesar de la laguna que antaño se extendía sobre buena parte de la comarca, había emplazamientos más lógicos y asequibles?. No se me ocurre otra explicación más plausible, que otorgarle un sentido estrictamente ritual. Sentido ritual común a numerosos pueblos y culturas. Es sabido, por ejemplo, que los egipcios situaban hacia el oeste lo que ellos consideraban como 'el reino de los muertos', de manera que orientaban sus tumbas en esa dirección.
Se sabe, por otra parte, que los cruzados -y entre ellos, naturalmente, los caballeros más fascinantes de la época, los templarios- orientaban sus tumbas en dirección este; es decir, mirando siempre hacia Jerusalém.
No obstante, tan fascinante o más que este misterio; tan fascinante como el misterio de la propia cueva y de la ermita, es el magnético encanto natural que envuelve la cima de este enclave. Hablo de un pequeño mundo encantado. Un mundo iconográfico de piedra, que abandonó el limo oceánico hace millones de años. Un mundo dolménico, en esencia, a juzgar por la forma de numerosas rocas, a las que el tiempo y la erosión han ido dotando de apariencia y dimensiones megalíticas.
Junto a mis pies, la referida erosión ha ido trabajando la roca, hasta labrar en ella surcos y cazoletas que aún conservan el agua de las últimas lluvias. El limo reverbera, pintándolas con alegres colores -blanco, verde y amarillo en su mayoría- rezumantes de humedad. La ensoñación termina quince minutos antes de las diez de la mañana, cuando recuerdo que tengo una cita.
De regreso a la zona de la acequia, en cuya ribera he dejado el coche, no es la primera vez que yerro y tengo que desandar el camino buscando un nuevo sendero de descenso. Hay que andar con mucho cuidado, pues algunas rocas ocultan pequeñas cavidades o simas, donde es fácil resbalar y caer. También he observado numerosos excrementos, lo que ofrece una idea de la variedad vital que merodea por el entorno. A escasos metros del coche, el vuelo repentino de un ánade me proporciona el único susto del día. Camino de Conquezuela, el sol está alto ya en el horizonte.

lunes, 6 de abril de 2009

domingo, 5 de abril de 2009

La Soria Templaria - III

No me cabe duda de que siendo el lugar más popular de la provincia en cuanto a devoción -no en vano, hablamos del Santo Patrón de Soria- existe una estrecha relación entre la ermita de San Saturio y la Orden del Temple. No en vano, éstos custodiaban el acceso -recordemos el monasterio de San Polo- en los tiempos en los que, durante el reinado del rey Alfonso VIII, tenían encomendada la misión de proteger la parte de la ribera del Duero donde una y otro se encuentran.
Conocida como ermita de San Miguel de la Peña en sus inicios, con el tiempo se le sumaron diversos elementos, entre los que cabe destacar la estructura octogonal y barroca que se puede contemplar ahora.
La peña sobre la que se levanta la ermita, originalmente horadada por numerosas cuevas que albergaron eremitas, constituye, sin duda, un auténtico santuario.
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