Troya, Petra, Palmira, Herculano, Pompeya, Numancia...ciudades que durante siglos han alimentado la fantasía y los sueños de los hombres; su deseo, y sobre todo su ambición, hasta el punto de hacer de su búsqueda el motivo fundamental de su existencia. Todas pertenecen a un pasado remoto; todas guardan aún numerosos secretos de una Historia que apenas comenzamos a vislumbrar, celosamente guardada por las impenetrables cortinas del tiempo, y en todas, se tiene la sensación de que la tragedia se alía con sus innumerables misterios. Pero en la mayoría de ellas, aunque parezca mentira, la tragedia no es, si no, una simple circunstancia que incluso provoca el suficiente morbo en la gente, para que cientos, miles de visitantes caminen a diario sobre sus ruinas, hasta el punto de llegar a poner en peligro la integridad de sus marchitos restos, como puede ser el caso de la Acrópolis de Atenas o del Coliseo romano. No es el caso, por desgracia, de Numancia.
Tal vez ésta falta masiva de visitantes; ésta aparente falta de interés por un yacimiento en el que aún quedan muchos restos por salir a la luz, constituya uno de los motivos -sin embargo, no creo que sea el principal- que haya generado una situación realmente delicada y preocupante, en cuanto a la manipulación de su entorno, y de hecho, también en lo que a su futuro se refiere.
Numancia, bastión de la resistencia; del valor; de la desesperada defensa de la libertad. Numancia, ese ejemplo de la identidad y el orgullo de un pueblo, tan venerado en el pasado y que tanta expectación despertó a principios del siglo XX, siendo su descubrimiento equiparable, por poner un ejemplo, al descubrimiento de las ruinas de Troya, soporta en la actualidad otro asedio de proporciones tan devastadoras como al que fue sometido por las legiones de Escipión.
Resulta tremendamente paradójico, pero si hacemos una visión retrospectiva, veremos que el recuerdo de Numancia ha estado presente en la memoria colectiva de los pueblos de España a lo largo de la Historia, con una persistencia que va mucho más allá de los simples planteamientos de aquéllos que piensan en la actualidad que sólo son unas piedras arrasadas por los romanos y definitivamente sepultadas en el olvido por el tiempo.
Nada más lejos, sin embargo, de la realidad. En la repoblación llevada a cabo por los reinos astur, leonés y castellano durante la Reconquista, ya se rescató la gesta numantina con fines propagandísticos, pues resultaba de una inmensa utilidad como arma política para las marcas cristianas. Era tal la importancia que se le daba que, por poner un ejemplo significativo, todavía en 1890 el ayuntamiento de Zamora gratificaba a todos aquellos que de alguna manera contribuyeran a demostrar allí la ubicación de tan emblemática y heróica ciudad.
Pregunta: ¿qué hubiera pasado, si en lugar de estar en Soria, Numancia hubiera estado en Zamora?.
Por otra parte, y dentro de la política imperialista desarrollada durante el reinado de Felipe II -el rey del que se decía en su tiempo que en sus territorios nunca se ponía el sol- a Numancia se la consideraba ejemplo indiscutible de las mejores cualidades hispanas, siendo inmortalizada, también, por nuestro escritor más universal: Miguel de Cervantes.
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