Explorando el Valle del Jalón: Somaén

Recortando el camino que separa Arcos del Jalón con Somaén, no puedo evitar comparar ese entorno de riscos labrados magistralmente por un escultor inmortal como es el viento, con esa orografía imposible y venerada de un lugar que, a pesar de los estudios, las excavaciones y las campañas veraniegas, continúa siendo un gran desconocido: Tiermes.
En efecto, observando el color rosado de los farallones -a veces rojo, como el color de la sangre- uno no puede evitar que un cierto sentimiento de asociación, hermane ésta parte de la provincia con aquélla otra que, de igual modo que Numancia, también sufrió los embites de las águilas rapaces de Roma.
No erró, en mi opinión, aquél que dijo una vez que el pueblo de Somaén era una bonita postal, a pesar de hallarse situado a la vera del Jalón, ese río al que los castellanos consideran 'traidor porque naciendo en su país, les abandona para ir a beneficiar a los aragoneses'.
No importa dónde nace, qué camino recorre y en qué lugar fallece un río, alcanzando la inmortalidad del mar. Desde la barandilla del puente, el río sobre el que me detengo unos minutos a contemplar, corre con prudente paciencia, deteniéndose en las riberas para besar la tierra de los huertos.
Son aproximadamente las tres de la tarde, y las nubes, abundantes hasta entonces, comienzan a dejar caer una carga que, arrastrada durante toda la mañana, comienza a hacérseles demasiado pesada.
Mi excursión se frustra, pues, a la mitad de esa tierra de nadie que es el puente, mientras la lluvia, que se acrecienta a medida que pasa el tiempo, difumina un paisaje que hasta entonces comenzaba a ser familiar.
Como faroles colgados del cielo, las casitas, de pinturesco aspecto y variada arquitectura, se arremolinan alrededor del castillo restaurado y convertido en vivienda particular, cuya torre, enhiesta y blanca como la arena de algunas playas del litoral levantino, actúa a modo de faro para las rapaces que dominan los riscos.
El día se va tornando oscuro y la lluvia arrecia. Inesperadamente, alguien enciende los farolillos del Centro Social, y una pareja de mediana sale alegremente al exterior, cubriéndose la cabeza con sendos ejemplares de El Heraldo de Soria, cuyos titulares, posiblemente, no hablen ya del nuevo cerco de Numancia.
La lluvia, más fuerte aún si cabe, me acompaña en el camino de regreso. Allá, en la distancia, y hábilmente dueña y señora del casco histórico de Medinaceli, la niebla, espesa y consistente, parece empeñada en invitar al viajero a pasar de largo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Hola Juancarlos. Lo de los juegos de luces es muy misterioso ?alguien te ha explicado a que se debe? Puede que tenga alguna explicacion cientificad y no la conozcamos.
Yo pase lo de la pentalfa de S. Bartolo, incluso a mis amigos de la UNED y nadie me ha dado ni siquiera una teoria.
?la tienes tu?
Saludos/Jose Maria
juancar347 ha dicho que…
Yo creo que se trata, simplemente, de un efecto óptico. Me gustaría poder dar una explicación científica, pero siempre he sido una persona de letras. No me cabe duda de que es un efecto racional, aunque, en mi opinión, en el caso de San Bartolomé es intencionado.

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