miércoles, 7 de mayo de 2008

De Tiermes y su entorno

Siempre que decido encaminar mi viaje hacia Tiermes y su entorno, me gusta hacerlo a través de Guadalajara, en una ruta que considero, cuando no mágica, al menos sí decididamente poética y llena de genuino encanto: Jadraque, con sus curvas cerradas como puños, sus bares llenos de cazadores y su castillo cidiano, asentado en la cumbre de un cerro, actualmente en rehabilitación; Atienza, medieval y tranquila, con sus iglesias-museos, los singulares contorsionistas del pórtico de la iglesia de la Virgen del Val, y el auténtico nido de águilas que es su castillo, dominándolo todo desde el lugar más elevado; Albendiego, mirando siempre con expectación hacia la Sierra de Pela y el Santo Alto Rey; con sus leyendas sobre el Temple y la inconmensurable iglesia de Santa Coloma, cuyo ábside, de una hermosura esotérica sin parangón, resplandece por sí mismo; Somolinos, un pueblecito tranquilo -de esos en los que nunca pasa nada y la vida discurre plácidamente- las aguas de cuya laguna constituyen un espejo en el que se acicalan por la noche las estrellas; Campisábalos y el importante ejemplar románico que constituye su iglesia de San Bartolomé, así como la anexa capilla del misterioso caballero San Galindo, cuya tumba se encuentra custodiada por las interesantes arpías con rostro humano de un cercano capitel; su enigmática Inmaculada Concepción, repleta de matices desconcertantes, que nunca dejan satisfecho al curioso; Villacadima, dominando, triste y en completa soledad, un pueblo condenado al olvido y hace tiempo abandonado por sus habitantes...
A tiro de piedra, apenas unas decenas de kilómetros separan las provincias de Segovia y Soria, continuando la aventura en ésta última hasta Noviales, donde el viajero intrépido -aunque ávido de soledad, historia y belleza- se arriesga a continuar viaje hacia Pedro por una carretera fantasma, cuyo asfalto desaparece de trecho en trecho, y en algunos puntos en los que permanece, lo hace a regañadientes, mostrando unas jorobas que quizás recuerden con nostalgia el paso de los invasores árabes por el lugar.
Pedro, un pueblo tranquilo, escondido entre valles; con pequeños rincones, como el nacedero del río que lleva su nombre, donde la pluma del poeta se alía con la magia subyacente en el verso; donde todavía en la actualidad, los arqueólogos desgarran afanosamente la tierra alrededor de la ermita hispano-visigoda de la Virgen del Val o del Valle, del siglo VII, en un intento -tal vez alguna vez generosamente compensado- por arrebatar parte de los secretos que la tierra guarda tan celosamente como la leyenda nórdica afirma que guardaban sus tesoros los temibles Nibelungos; Pedro, con el río desparramándose en vetas plateadas ladera abajo y ese misterioso agujero, hondo y perfectamente circular que apareció como por arte de magia de la noche a la mañana, y frente al que todavía los vecinos se preguntan el cómo y el por qué.
En dirección a Montejo de Tiermes, se circula por otra carretera que, aunque en mejor estado que la anterior, no deja de tener su peligrosa idiosincracia, hace que el viajero tenga el primer atisbo de esa orografía termense, pura y dura, que debido al color característico de su piedra, semeja la carne desgarrada de un gigante, posiblemente similar a aquél Gargantúa descrito por Rabelais, en una historia que algunos consideran iniciática.
Montejo de Tiermes, pueblo tranquilo, de plácida melancolía y apenas doscientos cincuenta habitantes, que conoció, sin duda, tiempos mejores cuando fue parte fundamental de ese camino que Mío Cid recorrió en dos ocasiones. Punto de referencia hacia San Esteban de Gormaz y el yacimiento de Tiermes o Termancia, destaca la iglesia de San Cipriano, cuyos cimientos se remontan a finales del siglo XII y hoy en día se muestra como un híbrido, exhibiendo elementos conceptuales románicos, góticos y renacentistas, no exentos de interés.
A medio camino entre Montejo y el yacimiento, la Venta de Tiermes es lugar obligado de descanso, donde reponer fuerzas -para aquellos que huyan de la formalidad del comedor- con un consistente bocadillo de un elemento típico de la región: el lomo en aceite.
El nostálgico encontrará allí, paseando por las cercanías del aparcamiento, pequeños menhires y dólmenes en los que el artista moderno plagia innumerables símbolos de inequívoca ascendencia celtíbera. Si es valiente, se atreverá, también, a poner los pies -a riesgo de perder su alma- en el parque dedicado a Elpha, la pérfida serpiente -personificación del Mal en estado puro- que una vez liberada del encierro subterráneo a la que la sometió el héroe Álamos-Hércules, aparece mencionada en el Cantar de Mío Cid. Mencionada, también, en un beato de incalculable valor artístico -el de Liébana, siglo X- se la ve representada en numerosos capiteles románicos, entre los que destacan los de las iglesias de Nª Sª del Rivero y San Miguel, en San Esteban de Gormaz, así como en la iglesia de San Pedro, en la cercana y singular población de Caracena.
Alejándonos de la Venta de Tiermes, las trampas de la pérfida Elpha y el Centro de Interpretación -en cuyo Museo se pueden admirar algunas piezas arqueológicas de relevante interés- lo primero que sale al paso, recortándose su silueta como un faro en la distancia, es la iglesia románica de Nª Sª de Santa María, lugar imprescindible que merece un artículo aparte, y punto de partida hacia esa especie de mundo perdido que conforman el yacimiento y su entorno.
Tiermes, lugar de evocadoras, misteriosas resonancias, que aún mantiene a buen recaudo un gran número de secretos, muestra su grandeza sobrenatural a poco que uno se aventure en el vericueto orográfico de unos hogares hace tiempo vacíos, pero que, sin duda alguna, dejan más que suficiente constancia de un trabajo de gigantes.
Tiermes, la Agriza cidiana; con la magia de su ingeniería; su Puerta del Sol y su graderío; con sus termas y su Casa de las Hornacinas; su Puerta del Oeste, que conectaba con el resto de la megalítica ciudad; su acueducto y sus denominadas 'casas del acueducto', donde todavía los arqueólogos intentan arañar historia a golpe de paleta y azadón...
Tiermes, fantástica como sus leyendas, donde el viento que se cuela por sus cuevas y vericuetos, despierta sonidos que son lamentos; en definitiva, susurros que invitan a soñar.

4 comentarios:

Lima dijo...

Si, y pensar que algunos viajan miles de kilómetros a lejanos paises buscando exotismo, y no saben que muy cerca de su casa hay sitios tan asombrosos como los de tu relato...

juancar347 dijo...

Qué gran verdad y qué poco conocemos nuestro país. Y te lo dice alguien que ha estado en las antípodas australianas. Un saludo

Anónimo dijo...

que vayan a benidorn y a cancún, que nosotros gozaremos de estas tierras ignoradas del bullicio.
un lujo tenerte de cronista, juancar.
un abrazo!

el de tiermes

juancar347 dijo...

Gracias, amigo termense. El lujo es poder disfrutar de una provincia tan rica y llena de matices como Soria. Un abrazo