martes, 19 de junio de 2007

La puerta baphomética del claustro de San Juan de Duero

Parece ser un hecho aceptado por la gran mayoría de historiadores, el atribuir a los caballeros de la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén -favorecidos por la acción repobladora del rey Alfonso I- la elección del lugar, así como la edificación de uno de los más hermosos exponentes del románico español: el monasterio de San Juan de Duero. El que esto suscribe, puede dar verídico testimonio, de que una visita a dicho lugar, no deja insensible, ni tampoco indiferente a quien -bien a propósito, bien por casualidad- se deja un día caer por allí.
Tal vez predisponga al romántico la idea bécqueriana de pensar que, amparado por el escalofriantemente célebre Monte de las Ánimas de la conocida leyenda, otro tipo de monjes-guerreros con más ardor combativo, aunque con menos fortuna que los anteriores, hicieron de dicho lugar cuartel y sede iniciática, como portadores -tal y como se les suponía y continúa suponiéndose hoy en día- de infinidad de secretos traídos de Tierra Santa.
Secretos, no sólo referidos al sagrado arte de la edificación de templos en los que honrar a Dios -recordemos su divisa: Non nobis, Domine, sed nomini tua da glorian (No para nosotros, Señor, sino para gloria de tu nombre)-, siguiendo el modelo del Templo de Salomón, sino también alquímicos, religiosos y sobre todo, esotéricos.
Buscar huellas de su presencia en determinados lugares, puede convertirse en una tarea ardua, en la que no han de faltar, necesariamente, unas buenas dotes de observación, si no se quiere dejar pasar alguna posible pista. En muchas ocasiones, los signos no son tan evidentes, y desde luego, nada fáciles de encontrar, ocultos -como suelen estar- en el impresionante galimatías simbólico que caracteriza todo este tipo de construcciones, donde, hasta lo que a priori parece más nimio, tiene una razón de ser y su consecuente significado.
Pero como dicen en Galicia -refiriéndose a esas no menos enigmáticas comadres, llamadas bruxas- habélos, haylos.
De la presencia templaria en la zona, no cabe la menor duda, como atestigua la cercanía del monasterio de San Polo, cuya puerta -es lo único que queda en pie de lo que en tiempos debió de ser un lugar de relativa importancia- abre el camino -no menos enigmático y repleto de símbolos- a la ermita gótica de San Saturio, en tiempos dedicada a San Miguel.
También los amantes del romanticismo bécqueriano pueden encontrar allí el escenario a otra de sus hermosas, aunque fatídicas leyendas: El rayo de luna. Y puestos en tradición, no está de más añadir que en la pradera situada junto a la puerta de San Polo, los romeros sorianos despiden, con las Bailas, las célebres fiestas de San Juan.
La primera vez que visité el claustro románico de San Juan de Duero, una inoportuna niebla bajaba desde el Monte de las Ánimas, algunos de cuyos jirones -a la manera de pendones arrastrados por el viento- abrazaban con celo malintencionado los fríos y solitarios capiteles. A hora tan temprana de la mañana, aún tuve que esperar un buen rato a que llegara el guarda -soñoliento y con cara de fastidio, es de suponer que por tener que trabajar un sábado- a abrir la cancela de la puerta. Sin otra compañía que el murmullo de las aguas del Duero a su paso por el antiquísimo puente que une las dos orillas y el maullido lastimero de los gatos -que aguardaban con impaciencia en la entrada, junto al cuerpo herido de muerte de un chopo centenario a que éste llegara y les echara algo de comer-, pensaba que tal y como se presentaba el día, seguramente me marcharía de allí tan desnudo de ideas como un recién nacido.
Por fortuna, me equivoqué.
De notable estilo oriental, el claustro muestra cuatro tipos distintos de arcos, agrupados en ángulo: románicos de medio punto; arcos apuntados de herradura sobre dobles columnas; arcos calados, entrecruzados y secantes, sin capitel; y arcos calados, entrecruzados y tangentes, sobre dobles columnas. En los vértices, se abren puertas mudéjares apuntadas.
No todas estas puertas tienen canecillos representativos -si en su día los tuvieron, es un detalle que ignoro- aunque la puerta de poniente (ver fotografía), muestra claramente dos cabezas monstruosas, de rasgos marcadamente demoníacos. ¿Una alusión a la famosa cabeza de Baphomet, ídolo que, según varias interpretaciones, adoraban los templarios y que algunos investigadores han pretendido identificar con el Diablo, con la cabeza de San Juan Bautista o con Mahoma?.
Resulta curioso pensar, observando dichas figuras, que la puerta, en realidad, represente la jauna inferni, la puerta del infierno o de los hombres, representativa del solsticio de verano, cuando la luz diurna se va reduciendo diariamente. En contraposición, estaría la jauna coeli o puerta de los dioses.
Esta división, que alcanza a la época de los constructores romanos, que tenían por patrón al dios Jano, se encuentra también en la Edad Media cristiana, en algunas representaciones del Juicio Final, dividiendo la escena en dos partes:
- por un lado, los condenados que van al infierno (descienden, igual que el Sol a partir del solsticio de verano o janua inferni).
- por otro, aquellos que se salvan (ascienden, igual que el Sol tras el solsticio de invierno o jauna coeli).
Como dato importante a tener en cuenta, añadir que Jano, además de patrón de los constructores, era el dios de la iniciación a los misterios.
No muy lejos de la puerta, en uno de los capiteles, se puede encontrar una marca lapidaria que, por su forma, recuerda una estrella de seis puntas. ¿Una señal de los maestros constructores conocidos como los 'Hijos de Salomón', a los que el Temple protegía y que colaboraron en la construcción de numerosos de sus edificios?.
Y como colofón, añadir, que junto a ésta, bien grabada en la dura superficie de la piedra, una cruz paté -la más famosa de las utilizadas por el Temple- deja testimonio de que su presencia, en el fondo, puede ser más real de lo que la historiografía oficial induce a suponer.

Ermita románica de Los Mártires (s.XII-XIII), Garray


Declarada Monumento Histórico-Artístico en 1994, la ermita románica de Los Mártires destaca, tanto por sus características arquitectónicas, como por sus características simbólicas. Situada a apenas unos cientos de metros del pueblo de Garray, se la puede encontrar recostada sobre la misma colina que contiene los impresionantes restos de la ciudad arévaca de Numancia, arrasada por el general romano Escipión el Africano, en el año 133 antes de Cristo.
Sorprende a más de un investigador, que la ermita esté fechada en el año 1231 -como indica una inscripción situada al exterior del muro norte-, pues viene a confirmar, en parte, la teoría de que la mayoría de los templos del románico de las provincias de Soria, Segovia y Guadalajara, datan del siglo XIII.
En un principio, la ermita estaba dedicada a la figura del arcángel San Miguel, cuya primera aparición conocida data del 8 de mayo del año 492, en una gruta del Monte Gargano, Italia. Este es un dato importante, porque a partir de esa primera aparición, la figura de éste arcángel guerrero -se le suele representar, generalmente, con el demonio claudicando a sus pies, aunque a veces, éste se cambia por la figura de un dragón- inspiró numerosas peregrinaciones, así como todo tipo de iglesias y ermitas levantadas en su honor.
Dedicada, como decíamos al principio, al arcángel San Miguel, mantuvo su advocación hasta el siglo XVIII, cuando -después de ser trasladadas sus reliquias desde Roma- fue dedicada a los santos mártires Nereo, Aquileo, Domitila y Pancracio, actuales patronos del pueblo de Garray.
Su ábside mantiene la cubierta primitiva de lajas de piedra, columnas resaltadas, canecillos historiados y estrechas ventanas. A pesar de las reformas, también conserva la portada original, con arquivoltas y tímpano, decorado éste con estrellas y motivos florales, flanqueadas por columnas que sostienen capiteles, en los que se pueden apreciar elementos decorativos como quimeras, animales fantásticos, así como elementos vegetales, muy abundantes en este tipo de lugares. En la pared norte conserva, junto con algunas inscripciones romanas, otra inscripción medieval:
ISTA VORAX FOSA / CLERICORUM CONTINET OSSA / METII ET LICI / DEGENTUR SEMPER AMICI (ESTA FOSA VORAZ CONTIENE LOS HUESOS DE LOS CLÉRIGOS MECIO Y LICO, QUE VIVIERON SIEMPRE AMIGOS).
Otra inscripción, todavía legible, aunque mucho más reciente, dice lo siguiente:
NEREO XIMENEZ AÑO 1832
Por desgracia, la mayoría de inscripciones, así como muchos de los símbolos, están tan deteriorados por la acción del tiempo, que resulta prácticamente imposible proceder a una identificación positiva, la cuál no dudo, sería de lo más enriquecedora e interesante.
No ocurre así, por ejemplo, con la cruz latina y la cruz paté -indicativa de la presencia del Temple por estas tierras- que aún pueden observarse, toscamente labradas, en la doble columna derecha que sostiene los capiteles de la puerta de entrada al templo.
También pueden observarse, en la pared exterior del ábside, extraños símbolos cruciformes, alguno de los cuales, bien pudiera hacer referencia al Gólgota, lugar donde se produjo la crucifixión de Jesucristo, pues representan una cruz latina enclavada o elevándose sobre lo que parece ser un montículo.
Pero sobre todos ellos, destaca -por su semejanza a aquél célebre signo que puso de moda un 'platillo volante', fotografiado en 1967 en San José de Valderas, Madrid, aunque no es mi intención traer a colofón el tema de Ummo, así como toda la literatura que arrastra consigo- y por claridad con la que todavía puede apreciarse, un curioso símbolo que recuerda un tridente, con su palo largo y sus alas en forma de épsilons griegas invertidas.
Otro detalle interesante, son las figuras que decoran los capiteles. Cabezas en su gran mayoría -algunas humanas, otras animales y otras, como era de esperar, de marcado carácter demoníaco- entre las que destaca, aparte de la figura de un águila sin cabeza -considerada universalmente como símbolo solar, por su vuelo elevado; como emblema de poder por su fuerza y valor; entre los cabalistas, representa la perspicacia y vista que debe tener el verdadero cabalista-, un centauro.
Simbológicamente hablando, la figura del centauro representa la bestia que todo hombre lleva dentro, la violencia, ya que se encuentran dominados por las fuerzas animales. Pese a ello, dan una imagen clara y patética de la doble naturaleza que posee el ser humano, una bestial y otra divina.
En definitiva, creo que el buscador de señales no malgastaría su tiempo dejándose caer por el pueblo de Garray, echando, de paso, un vistazo a las ruinas de Numancia y a la ermita de Los Mártires, compartiendo con los demás sus propias experiencias y conclusiones.