viernes, 1 de junio de 2007

Ruinas misteriosas, testimonio de un antiguo esplendor



A mitad de camino entre la población de Ciruela y el señorío de la ciudad de Berlanga, el esqueleto de lo que en su día debió de ser parte importante de un entorno fronterizo a caballo entre tierra mora y cristiana ofrece, orgulloso en su desolación, testimonio de un pasado cuya historia parece sumergida en los ríos nebulosos de la leyenda. Aparte de los fantasmas -tímidos y escurridizos, sobre todo por el día- sus inquilinos actuales campan a sus anchas sin más ley que aquella dictada por el capricho.
Yerbajos y alimañas; insectos, reptiles y pájaros conviven en un hábitat 'maldito' por el tiempo, y sobre todo, por el olvido de los hombres. En sus muros, resquebrajados y cubiertos de agujeros, parece que la tragedia se dejó sentir un día, y hasta es posible que sufriera los avaratares de la Guerra Civil, durante la cuál, pocos edificios se salvaron de la barbarie fratricida que enfrentó a hermanos con hermanos y a padres contra hijos.
Echando un vistazo a los restos, silenciosos, henchidos de nostalgia y soledad, el observador aún puede distinguir -a poco que se deje caer por el interior, repleto de trampas naturales y escombros- débiles testimonios de una arquitectura característica, que hizo de la palmera -árbol considerado sagrado en muchas culturas, incluída la cristiana- el hermoso pilar sustentador de sus columnas.
En efecto, levantadas en las esquinas y sujetando los muros con sus brazos y su tronco, las columnas así dispuestas denotan un estilo de construcción de probable origen mozárabe, que recuerda a esos misteriosos maestros constructores -místicos, soñadores y posiblemente algo locos, como ese digno representante del Arcano que lleva su nombre en el Tarot- que, según la leyenda, levantaron la cercana ermita de San Baudelio -depositaria en tiempos, según ésta, del Santo Grial-, siguiendo siempre los misteriosos y a veces incomprensibles designios de Dios.
Es de suponer que muchos son los que van y vienen por la carretera, aunque pocos, muy pocos se detienen. Pero allí, en las legendarias tierras de Berlanga, no muy lejos del castillo donde aún se conserva el escudo de los Tovar y el recuerdo histórico de la visita de Rodrigo Díaz de Vivar -el Cid campeador-, este edificio vasallo aún es capaz de guardar, con celoso orgullo, parte de un pasado que seguramente fue más importante de lo que un desdeñoso vistazo invita a suponer, y que presumiblemente sea interesante desempolvar de archivo parroquial olvidado.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Caltójar, iglesia románica de San Miguel (siglos XII-XIII)


Enclavada en el pueblo de Caltójar, en plena ruta hacia la ermita mozárabe de San Baudelio, la iglesia románica de San Miguel ofrece al visitante, detalles arquitectónicos y simbólicos sobre los que detenerse un instante a meditar y, sobre todo, a valorar. De influencia cisterciense y planta ligeramente cuadrada -según reza el cartel explicativo que se encuentra en uno de sus laterales- posee tres naves rematadas por ábsides, de los que destaca el central, por su mayor profundidad.
Las arquivoltas son lisas, excepto las más abiertas, que desarrollan un junquillo en zig-zag y puntas de diamante, quedando el tímpano perforado por dos arquillos semicirculares, separados por el relieve de San Miguel colgado, que simula apoyar en un inexistente parteluz.
Independientemente de lo interesante que pueda resultar la fachada de la iglesia, así como el retablo mayor del siglo XVII que se conserva en el interior, llama poderosamente la atención de la figura del arcángel, situada en la cabecera del pórtico, espada o lanza en mano, representación imponente del infatigable paladín de Dios, siempre en guardia frente a los ataques del Maligno.
Y no obstante, la figura de San Miguel -en lo que a ésta iglesia se refiere- tiene algunas pecualiridades, que merece la pena detallar. Pero antes de analizarlas, puede resultar interesante sacar a la luz ciertos antecedentes, que hacen de éste combativo arcángel un baluarte de la Cristiandad.
Aparecido en numerosas ocasiones, la primera aparición de la que se tiene noticia, está fechada el día 8 de mayo de 492, en una gruta del Monte Gargano, Italia, donde dió comienzo -propiamente hablando- su espectacular leyenda. Es conveniente saber que en las cercanías de dicho monte, se libraron cruentos enfrentamientos durante la rebelión de los gladiadores y los esclavos liderados por Espartaco (recuérdese, para una conseguida idea, la película de igual nombre del director de cine norteamericano Stanley Kubrick). Corría el año 72 antes de Cristo, cuando estos se enfrentaron a las legiones de Lucio Gelio Publícola y Cneo Cornelio Léntulo Clodiano, enviadas por el Senado romano para atajar la rebelión. Antes de eso, los rebeldes habían derrotado contundentemente a los ejércitos pretorianos -recuérdese que los pretorianos eran la guardia de corps de los césares, así como los siniestros ejecutores de sus fatales sentencia- de Glabro y Varinio. De manera que el Monte Gargano, lugar de la posterior aparición del arcángel, denotaba un carisma, si no legendario, al menos sí histórico y en cierto modo trascendente, pues allí se libró una cruenta batalla por la igualdad y la libertad.
Cuenta la leyenda que el día 8 de mayo de 492, Gargano, un rico hacendado perdió una res muy valiosa. En su busca, Gargano y los hombres que le acompañaban llegaron hasta una caverna donde, al parecer, se había refugiado el animal. Uno de los hombres lanzó una flecha para despertar a la res. Pero, para gran sorpresa de todo el grupo -entre el que se encontraba el obispo de Siponto- la flecha volvió de nuevo al arquero. El obispo, impresionado, ayunó durante tres días para comprender el evento, pasados los cuales el arcángel se le apareció, indicándole que había sido él quien había devuelto la flecha. También le dijo que protegía el lugar y que debía construir una iglesia en su honor, así como en el de los otros ángeles.
El obispo, entonces, visitó la caverna y descubrió que tenía la forma de una hermosa capilla -no en vano, según la tradición, la caverna había sido un lugar donde se refugiaban los primeros cristianos para salvarse de quienes les perseguían- ante lo cuál, se dispuso a oficiar misa allí dentro. Posteriormente, hizo construir una iglesia, a la que llamó Monte Sant'Angelo en conmemoración a la revelación de San Miguel, que enseguida se hizo famosa por los numerosos milagros que allí acontecían.
Dados los milagros que en ella se producían, el lugar pronto pasó a ser considerado como destino de obligada peregrinación en Europa. Posteriormente, con el tiempo se convirtió en lugar de reposo para aquellos que se dirigían a las Cruzadas en Tierra Santa.
Es de reseñar que, a partir de este suceso, y a partir de muchas otras apariciones, pronto comenzaron a proliferar por toda Europa iglesias y ermitas dedicadas a San Miguel, siendo la provincia de Soria, prolífica en ellas.
Como dato curioso, añadir que para los Testigos de Jehová, Jesús y el arcángel Miguel son la misma persona. En esto, que cada uno saque sus propias conclusiones.
Volviendo a la figura del arcángel, que decora la parte alta del pórtico de la iglesia románica de Caltójar, llaman poderosamente la atención los rasgos físicos de su rostro. Y es que, si uno se detiene a apreciarlos en detalle, puede llegar a la conclusión -invito a los visitantes a debatir sobre ello- de que pueden pertenecer a otra clase de criatura, excepto a un ángel. O al menos, al sentido de belleza con que nos han sido mostrados los ángeles. Y otro dato más: la cabeza parece estar incompleta, como si le faltara algo. ¿Largos cabellos, como suele describirlos la tradición?. ¿Una corona o un halo de santidad?. ¿Cuernos, como aquellos que lucen los ángeles caídos...?.
En definitiva: ¿qué mensaje oculto quiso dejar grabado en la piedra el artista medieval?.

lunes, 28 de mayo de 2007

Cruces en el camino, ¿símbolos de fe o algo más?


Se levantan en mitad de los caminos; en las encrucijadas; en las cercanías de ermitas, iglesias y lugares consagrados; a la entrada y a la salida de los pueblos. A veces en solitario, y otras en grupo -como las de la fotografía de la derecha, localizadas en el pueblo de Pinilla-, las cruces, cruzetas o pairones, constituyen un interesante enigma, tan fascinante, quizás, como el misterio que envuelve las marcas de cantería que acompañan siempre a las principales construcciones de estilo románico diseminadas a todo lo largo y ancho de la geografía peninsular.
Algunas contienen elementos bellamente labrados, como una con forma de doble cruz o cruz de caravaca, que se encuentra a la salida de la población de Berlanga de Duero; incluso existe otra en dicha población -situada junto a un parque infantil, muy cerca del castillo-, con la figura martirizada de Cristo; otras -posiblemente la mayoría- están con la piedra tan desnuda de adornos, símbolos y cualquier tipo de abalorio, que recuerda al ser humano cuando nace. Existen las que señalan la proximidad de una ciudad; otras, fueron donadas a los caídos en las guerras. Están, también, por supuesto, las que recuerdan el punto kilométrico de la carretera donde el destino se llevó un día aciago a un ser querido. Y aún hay otras más, que marcan las estaciones del viacrucis en las procesiones del Viernes Santo.
Las hay que determinan, estratégicamente situadas, un camino iniciático, como el Camino de Santiago, señalando al peregrino las etapas de su largo y tortuoso viaje.
Para algunos investigadores, las crucetas, en muchos casos y a falta de una iglesia, constituían el punto de reunión para celebrar las misas.
Pero, quizás, el lado más romántico de estos símbolos solitarios, tristes y melancólicos, sea el que ofrece la Literatura.
En efecto, cuando la leyenda y la fantasía se confabulan, las crucetas se convierten en el cerrojo que asegura -en algunos casos- la puerta del infierno que impide que los espíritus impuros se manifiesten en el mundo. Pongamos, como ejemplo, la leyenda 'La Cruz del Diablo', de Gustavo Adolfo Bécquer, y el espíritu perverso, inquieto y vengativo del señor del Segre. Aunque, por cierto, en este caso la cruz era de hierro, como esa cruz de triste recuerdo -comparativamente hablando- que muchos oficiales alemanes buscaban ansiosamente conseguir en la II Guerra Mundial.
Incluso resulta curioso, a mi modo de entender, observar éste tipo de manifestaciones sacras -figuras de Jesucristo, de la Virgen y de los santos- en muchas películas de terror de la 'saga Drácula', producidas por la productora británica Hammer Films en los años setenta. Es fácil observarlas en las encrucijadas de caminos, así como en las cercanías del siniestro castillo que el conde vampiro utiliza como guarida.
Pero, en cualquier caso, ¿qué viajero no dirige su atención hacia ellas cuando se las encuentra en el camino y se deja arrastrar por el pensamiento de que tal vez no representen lo que realmente parecen?. ¿Quién, utilizando el recurso de la curiosidad, no se ha preguntado alguna vez, por qué se levantaron y sobre todo, quién las levantó?.