sábado, 19 de mayo de 2007

Ermita románica de San Miguel Arcángel (s.XI)



Camino de San Baudelio, y aproximadamente a unos siete u ocho kilómetros antes de llegar a Berlanga de Duero -si venimos desde Soria, carretera comarcal 132-, un cartel en el camino indica el nombre de Andaluz, un pueblo que puede pasar perfectamente desapercibido si no fuera porque, unos metros más adelante, otro cartel, en el que aparece un arco romano sobre fondo rosa -señal inequívoca de Patrimonio Histórico Nacional- invita al viajero a desviarse unos minutos de su ruta, y animando su curiosidad, le sugiere una visita a la ermita románica de San Miguel Arcángel.
El viajero que recorre los caminos de nuestra entrañable 'piel de toro' peninsular, ávido por encontrarse con las huellas de un pasado repleto de enigmas históricos, de mitos ancestrales, o -¿por qué no?- de primigenias verdades, desvirtuadas con el transcurrir de los siglos y ocultas por el velo en ocasiones subyugador de la leyenda, no se acobarda ni tampoco duda: conecta los intermitentes del coche y gira a la derecha o a la izquierda, según sea la dirección de donde provenga. Es este un detalle sin importancia, porque el pueblo está ahí mismo; siempre ha estado ahí, pequeño, de casas apiñadas y calles estrechas que rodean -como las murallas al cercano castillo de Berlanga- una ermita que, en comparación, parece demasiado grande para un pueblo tan pequeño.
En el lugar, repoblado por el conde Gonzalo Núñez con mozárabes andaluces -posiblemente en ese aspecto radique el origen de su nombre- figura una inscripción que fecha la obra de la iglesia en el año 1114, siendo un tal Ciprianus o Ansur Piranus -según reza el cartel explicativo- el maestro constructor.
De interesante portada románica, observando las figuras de los capiteles, así como los canecillos -donde se entremezclan cabezas humanas con otras de marcado carácter bestial o demonológico- resulta fácil adivinar que el maestro Ciprianus introdujo elementos cuyo simbolismo se pierde en la noche de los tiempos, reminiscencia de antiguos cultos paganos, pero que sin duda, tienen un motivo y una razón de ser.

jueves, 17 de mayo de 2007

Ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga (s.XI)







A medio camino entre las poblaciones de Caltójar y Casillas de Berlanga, la ermita mozárabe de San Baudelio, construída a finales del siglo XI, aguarda al visitante callada, recogida sobre sí misma en mitad de ninguna parte, celosa custodia de unos secretos arcanos, que ni siquiera la Arqueología moderna -ni aún haciendo acopio de todos los medios tecnológicos a su alcance- ha conseguido todavía descifrar. Bien es cierto que si el visitante, dejándose aconsejar por el guarda -las fotos con flash en el interior están prohibidas, y en esto el buen hombre es tozudo e inflexible- compra la guía de D. Agustín Escolano Benito al módico precio de 10 €, llegará a averiguar una provechosa cantidad de datos relativos a la parte exotérica, visible y no por ello menos llena de matices, que a buen seguro dejarán un agradable sabor de boca durante las tertulias con compañeros, amigos y familiares.
En plena huida de ese Madrid urbanita, atascado -no en vano, los viernes parece que todos nos ponemos de acuerdo para salir del trabajo a la misma hora, pretendiendo llegar a casa a la velocidad de la luz, aunque para ello tengamos que pasar por encima del vecino-, la primera vez que mis pies hollaron el entorno de San Baudelio, tuve la certera sensación de que el tiempo -ese padre homicida que va devorando sin piedad a todos y cada uno de sus hijos- me había transportado, sin yo pretenderlo, a otra época y lugar.
Una época y lugar -valga la redundancia, que por algo el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra- donde el hombre y lo místico parecían indisolublemente fundidos en el maravilloso atanor del Conocimiento. Y digo Conocimiento con mayúsculas, porque fueran quienes fueran los que diseñaron la ermita mozárabe de San Baudelio, dejaron testimonio entre sus muros de un saber cuya clave se ha ido perdiendo con el paso de los siglos.
Importa, y mucho -yo así lo creo- saber que quizás parte de esa clave se encuentre allende los mares, entre los muros celosamente custodiados del Museo de Bellas Artes de Boston, del Museo de los Claustros de Nueva York, en el Museo de Cincinatti o en el de Indianapolis. Quizás en un lugar más cercano a nosotros: en esas pequeñas muestras que llegaron al Museo del Prado en el año 1957 por intercambio con la iglesia románica de San Martín de Fuentidueña (Segovia), que fue trasladada piedra a piedra a Nueva York. Y es que esto forma parte intrínseca -en mi opinión- de un mal que aqueja a la sociedad española: su deprimente falta de memoria, así como la falta de esa clase especial de orgullo que conlleva ser plenamente consciente de que sus raíces se hunden profundamente en un pasado rico, cargado de matices, y sobre todo multicultural, que muchos países como Estados Unidos -que compran Historia a golpe de talonario- bien habrían querido para sí.
Y aún así -parece que mi 'redundancia' se está convirtiendo en una costumbre, por lo que pido disculpas-, a pesar de contemplar atónito lo que por fortuna el expolio de la bien llamada 'capilla sixtina' castellana no consiguió llevarse a un lugar que no le corresponde, no deja el visitante de preguntarse, contemplando la desolación del paisaje circundante, ¿qué sentido tenía una ermita en tal lugar?. ¿Por qué, precisamente en ese lugar -perdido en un océano de valles, montes y quebradas, donde ocasionalmente se ve a lo lejos el vuelo majestuoso de un ave rapaz- y no en cualquier otro lugar, más cercano, como sería lógico pensar, a un pueblo, a un asentamiento; en definitiva, a una comunidad de personas?. ¿Qué sentido tiene, pues, una ermita que parece alejarse, esconderse de los fieles?.
La respuesta, a priori, parece -si no sencilla- al menos, evidente en apariencia: la magia del lugar; y sobre todo, la soledad.
La magia, porque antiguamente, este tipo de construcciones no solían levantarse al azar, sino que su edificación obedecía a un plan muy concreto, siendo el lugar cuidadosamente elegido por sus especiales características morfológicas. Y la soledad, porque, en mi opinión, San Baudelio -más que una iglesia-mezquita, pues en su interior ambos estilos se dan la mano sin molestarse el uno al otro- era un lugar de Iniciación, un lugar energético que brindaba al 'buscador' la oportunidad de 'comunicarse' con esa fuerza vital que emana de todo lo que existe, y que a falta de otra denominación mejor, conocemos como Dios.

Monasterio románico de San Juan de Duero (s.XII)



Situado en la ribera izquierda del Duero, enfrente de ese tenebroso Monte de las Ánimas que cautivó la imaginación del poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer, dando origen a su famosa leyenda de igual nombre, el claustro románico del monasterio de San Juan de Duero recibe al visitante con todo el misterio de una cuidada geometría, basada, principalmente, en la excelente disposición y diseño que hacen de sus arcos, columnas, capiteles, arquivoltas y nervaduras, un lugar único, mágico y apartado, muy digno de tenerse en cuenta.
De igual o mayor caudal que las aguas del generoso río Duero sobre cuya ribera se levanta, son esos otros ríos de tinta que en forma de libro, folleto, artículo periodístico, guía o páginas de más o menos elegante diseño digital colgadas en Internet, pretenden atribuir a Hospitalarios y Templarios el copyright de su diseño y su raison dêtre.
'Oficialmente', se puede decir que el mérito es atribuible a los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, favorecidos por la acción repobladora del rey Alfonso I, aunque hay algunos románticos que consideran que tal vez los Templarios tuvieran mucho que ver en ello, si tenemos en cuenta la compleja geometría oculta en su diseño. Conocimientos geométricos, esotéricos y astronómicos que aprendieron en Outremer -Tierra Santa- y cuyo legado esculpieron en la piedra, extendiéndose -como libros abiertos capaces de desafiar al tiempo, que no a la barbarie de los hombres- por casi toda Europa.
Una baza que esgrimen en favor de esta teoría -aparte de los signos y figuras esculpidos en los capiteles, de los que hablaremos más adelante-, es su proximidad a los restos de lo que en su día fue el monasterio templario de San Polo -en la actualidad, propiedad privada-, cuya puerta constituye el comienzo, propiamente hablando, del camino que, sin apartarse de la ribera del Duero, conduce hasta la emblemática ermita de San Saturio, patrón de Soria.
Pero en realidad -dejando a un lado todo el misterio y romanticismo que acompañan siempre a los Templarios- todo parece señalar a los Hospitalarios el mérito y gloria de su construcción.
Datos de interés
Monasterio de San Juan de Duero
Paseo de las Ánimas, s/n
42004 Soria
Tel.: 975.23.02.18
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