Castillejo de Robledo: Iglesia Parroquial de la Asunción


Aproximadamente a 12 kilómetros de Langa de Duero, y haciendo frontera con la provincia de Segovia, el municipio soriano de Castillejo de Robledo recuerda, a todo aquél que pasa por allí y se detiene el tiempo suficiente, uno de los episodios históricos más vergonzosos del Cantar de Mío Cid: la 'afrenta de Corpes'.

En efecto, en un robledal situado en las proximidades, doña Elvira y doña Sol, las hijas de Rodrigo Díaz de Vivar -el Cid Campeador- sufrieron la vergüenza y el escarnio a que las sometieron sus maridos, los condes de Carrión, en venganza por haberse visto humillados después de demostrar públicamente su cobardía.

Situado, como no podía ser menos, en la denominada 'Ruta del Cid', el pueblo de Castillejo de Robledo pervive armoniosamente a la sombra de las ruinas del castillo -hay indicios suficientes para suponer que éste se erigió sobre una antigua fortaleza musulmana- desde el que siglos atrás -cuando en sus torres ondeaban con orgullo los pendones blanquinegros del Temple- sus habitantes recibían cobijo y protección.

Visto, precisamente, desde el elevado peñasco donde éstas sobreviven a duras penas, resulta poco menos que imposible no mirar hacia el pueblo y sentirse parte de una postal que refleja las características de un lugar que parece -cuál el Brigadoon de la película- haberse detenido en el tiempo.

Rodeado de huertas y fértiles campos -no en vano, existen también crónicas que aseguran que fueron precisamente los freires milites del Temple, propietarios y explotadores de bastos terrenos- Castillejo, aún a pesar de su belleza, hubiera pasado desapercibido -como muchos otros encantadores y poco conocidos pueblos de la región- si la casualidad, la sincronía o la -digamos, en ocasiones- extraña forma en que la Diosa tiene a bien imponer justicia, no hubiera querido que hacia 1933 unas obras en el interior de la iglesia románica de Nuestra Señora del Castillejo, dejaran al descubierto parte de unos extraordinarios frescos, cuya importancia hace del lugar un sitio de especial carisma histórico, cultural y sobre todo, artístico.

No es de extrañar, pues, que cualquier visitante que acuda a Castillejo preguntando por la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción -pasó a denominarse así a partir de 1738- conozca en primer lugar -un poco por encima, desde luego, y variando en algunos detalles según la 'fuente'- la 'historia del cura, las obras y el descubrimiento'.

También es un dato a tener en cuenta, que Castillejo -como cualquier otro lugar que en tiempos estuviera relacionado con la presencia del Temple en sus cercanías- cuenta con una leyenda tenebrosa, cuyo protagonismo es por completo acaparado por los monjes-guerreros: la leyenda del Vallejo Caballero.

Como viene siendo habitual en todas las leyendas relacionadas con la histórica y malograda Orden apadrinada por Bernardo de Claraval, su protagonismo viene a ser oscuro, perverso y merecedor de pocas simpatías, en muchas ocasiones abonado por la falta de objetividad de escritores como, por citar un ejemplo, Sir Walter Scott, quien, en una de sus novelas más conocidas, 'Ivanhoe', describe a los templarios poco menos que como acaparadores, pendencieros, bebedores y villanos.

El castillo, así como las propiedades que los templarios tenían en la zona, y una vez disuelta la Orden, allá por los años 1314-1315- pasaron a manos de la Orden de San Juan que, entre otras cosas, lo utilizó como hospital.

Desde el escarpe rocoso sobre el que se levanta -semejante a una mandíbula asaltada por las caries- se puede contemplar, aparte de una extraordinaria visión panorámica del pueblo y la zona circundante, una buena perspectiva de la iglesia románica de Nuestra Señora de la Asunción, que se encuentra situada a sus pies. La falta de símbolos templarios o de cualquier otra índole -hay, sin embargo, ciertas referencias acerca de una piedra escrita a ellos atribuída, aunque su existencia y paradero se pierde en la noche de los tiempos- se ve en ésta iglesia generosamente compensada -¡y de qué manera!-, empezando por la observación de los canecillos de su parte más antigua: el ábside.

Intentando ser lo más objetivo posible, sería imperdonable no reseñar que -independientemente del valor simbólico de muchos de ellos: el barril, el rollo de pergamino, la cabeza, el símbolo parecido a la Tau griega, e incluso la cenefa ajedrezada que se puede apreciar por encima de ellos- hay dos elementos que atraen inmediatamente la atención de todo el mundo, por el morbo que provocan.

Se trata de dos curiosos canecillos que representan a sendas parejas de amantes realizando el acto sexual.

Tal atrevimiento -de hecho, es una temática ampliamente conocida en muchas iglesias similares, situadas sobre todo en el norte de la Península- que para unos puede parecer curiosamente anecdótico, para otros -a lo mejor más preocupados por desentrañar el posible 'mensaje oculto' que puedan conllevar tales figuras- representa -como si ya de por sí hubiera poco 'morbo' en relación con ellos- elementos de naturaleza tántrica traídos de Oriente por los caballeros templarios. Al menos, esto es lo que opinan algunos investigadores, y bajo mi punto de vista, no exentos de cierta lógica.

Pero si estos pueden constituir un excelente motivo de estudio y debate, existen otros elementos -situados en la pared de la portada sur, muy cerca del pórtico- que no le van a la zaga.

Por supuesto, me refiero a los denominados 'relojes solares', así como también a un 'galimatías lineal', idéntico a los que se pueden apreciar en uno de los muros de la capilla de Virgen, en la ermita de San Bartolomé de Ucero. Por si esto fuera poco -y para añadir un grano más de pimienta al 'misterio'- son también idénticos a los que se pueden contemplar en el castillo de Chinon, grabados en las paredes de las celdas por los templarios prisioneros, antes de ser ejecutados.

Como anécdota -tal vez alguien quiera iniciar una investigación encaminada en esa dirección- añadir que hay quien opina, que dicho 'galimatías lineal' -por definirlo de alguna manera- representa, en realidad, una especie de plano o mapa, cuya resolución llevaría hasta el lugar donde supuestamente los freires escondieron el Arca de la Alianza que, según algunas opiniones, descubrieron mientras escarbaban en las caballerizas del antiguo Templo de Salomón, en Jerusalén, donde actualmente se levanta la mezquita de Al-Aksa.

No obstante, apartándonos de leyendas y conjeturas difíciles de sostener, los otros elementos que hacen imprescindible, para todo amante del Arte, una visita a la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, son, sin duda, los extraordinarios frescos descubiertos por casualidad -como se advertía anteriormente- en los años treinta.

Ocultos durante siglos por varias capas de yeso -el guarda no tuvo ningún reparo en comentar, durante nuestra visita, que fueron 'ocultados' a consecuencia de la peste- ofrecen una perspectiva bastante más que notable, del alto grado de religiosidad y superstición, característicos de la Alta Edad Media.

'Aterroriza' la figura ofídica de dos cabezas -en esto los investigadores no parecen ponerse de acuerdo, pues algunos ven serpientes; otros, dragones, y el que esto suscribe, una posible referencia a la temible anfisbena, ese animal mítico de multitud de significados- que puede contemplarse guardando el pórtico de acceso al altar. En éste, aparte de una curiosa talla de la Virgen, se puede apreciar el entramado romboidal y blanquinegro -colores específicamente templarios- que decora su estructura abovedada. Dividiendo en dos el mosaico ajedrezado, y coincidiendo en el centro con lo que parece ser un escudo blanco con una franja negra en medio, una cenefa blanca muestra extrañas formas, posiblemente vegetales, ribeteadas por numerosos puntos rojos.

Es posible ver también, en uno de los laterales de la pared, la figura de un caballero templario, cuya mirada parece dirigirse hacia la puerta de acceso al templo, como un cancerbero siempre en guardia frente a la intromisión de extraños.

En definitiva, si con los elementos descritos, el lector no se siente atraído, tal vez le anime a realizar una visita a este curioso pueblo soriano, la seguridad de que el vino que le sirvan constituirá toda una garantía para su exigente paladar.

Bibliografía recomendada:

'Templarios, sanjuanistas y calatravos en Soria', Angel Almazán de Gracia, Editorial Sotabur, 2005


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