martes, 9 de enero de 2024

Un pueblo de Soria llamado Andaluz


En la proximidad de las tierras de Berlanga, a no excesiva distancia de Soria capital y también de la no menos carismática ciudad de Almazán, donde, como le sucedió a Van Goght, el rey Pedro II el Cruel se encontró con su propia noche estrellada a manos de su hermano bastardo, Enrique de Trastámara, un pueblo sorprende, no sólo por la curiosidad implícita en su nombre, sino también, porque posee una de las iglesias más peculiares del arte románico de una tierra conocida como la Extremadura castellana, que fue, durante siglos, parte indiscutible de esa frontera del Duero, que separaba la España cristiana de la España musulmana: Andaluz.


Posiblemente, el nombre de Andaluz sea una consecuencia de la afluencia de aquellos cristianos, residentes en territorio dominado por los musulmanes, a los que se denominaba mozárabes, que se asentaron aquí, en un periodo en el que la Reconquista comenzaba a cambiar el rumbo de las circunstancias históricas, haciendo posible el avance de los ejércitos cristianos y la nueva repoblación de los territorios.


Estamos hablando ya, cuando menos, de ese prodigioso siglo XII, en el que Occidente parece ser que comenzó a ver la luz, metafóricamente hablando, en cuanto se refiere al florecimiento de las nobles artes, del Amor Cortés -recordemos la poderosa influencia cultural de cortes como la de Leonor de Aquitania- y cierto respeto por la figura de la mujer, que, al final, podría pensarse que fue sólo un espejismo, pero que obedece a un periodo, no obstante, que parece coincidir, además, con el levantamiento de su elemento patrimonial más relevante: la iglesia románica de San Miguel Arcángel.


Situada, como era corriente en la época, en lo más alto del pueblo, cabe destacar, aparte de su hermosa galería porticada, en cuya escultura, sencilla, por otra parte, el tiempo y la erosión han dejado, inevitablemente, su huella, la altura extraordinaria de su torre campanario.


Altura que no nos ha de sorprender en demasía, si tenemos en cuenta, que, en la época medieval, las iglesias, no sólo servían, en ocasiones, como puntuales refugios preventivos frente al ataque de posibles enemigos, sino que, además, sus torres ofrecían la misma competencia de observatorios, que, a lo largo de los siglos, habían desempeñado los puestos avanzados romanos y las atalayas musulmanas.


Andaluz, además, forma parte del recorrido de uno de los caudillos musulmanes más temidos por los cristianos contemporáneos del año mil, Almanzor, cuando regresaba, mortalmente enfermo de su última razzia o excursiones de saqueo, por tierras de la Rioja y sus tropas fueron atacadas en Calatañazor, donde se fomentó la leyenda, no sólo de una inexistente gran victoria, sino también del paradero de su tumba, hasta el día de hoy, no localizada, donde algunas fuentes tienden a situarla en un pueblo cercano, Bordecorex y otras, en la señorial Medinaceli.


Como suele ocurrir con los entornos rurales españoles, también Andaluz ha visto decrecer su censo de vecinos, afectados por ese mal endémico, que es el éxodo masiva a las grandes poblaciones en busca de mejores condiciones de vida y en la actualidad, apenas pasa de una veintena de vecinos, población, no obstante, que se notablemente aumentada en tiempos estivales y vacacionales, pues, como ya hemos dicho, no sólo está situado en un entorno natural tranquilo y espectacular, sino que, además, es un buen punto de partida, no sólo para los amantes del senderismo, sino también para todos aquellos amantes del Arte y de la Historia, que tienen, en las proximidades, lugares de verdadero interés, como la señorial villa de Berlanga de Duero, la monumentalidad de iglesias románicas, como la de San Miguel de Caltójar o sin ir más lejos, la verdadera joya de la corona de estas tierras, como es la singular y maravillosa ermita mozárabe o de repoblación, de San Baudelio de Berlanga, que aúna, en su aparentemente sencilla planta, dos concepciones espirituales únicas: la cristiana y la musulmana.


También merece especial atención, como no podía ser menos, su característica arquitectura rural, que, aunque en buena parte se ha visto alterada por las diferentes modas, todavía conserva, ese objetivo apego a la tierra y su entorno, cuyo pintoresquismo, siempre es digno de admirar.


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domingo, 24 de septiembre de 2023

Un lugar llamado Somaén

 


Relativamente cerca de Montuenga y las melladas ruinas de su castillo medieval, encuadrado, también, dentro de ese sorprendente y a la vez, espectacular Valle del Jalón, otro pintoresco pueblecito llama poderosamente la atención del viajero, que, bien por conocimiento o bien dejándose llevar por la casualidad que acompaña siempre a la aventura, se deja caer un día por allí: Somaén.


Somaén, es otro de esos ancestrales asentamientos, que, mirando hacia la vecina Comunidad de Guadalajara, son fiel testimonio de esas aguerridas gentes del norte, principalmente del País Vasco, que acompañaron la gran aventura medieval de la Reconquista, repoblando y asentándose en estos parajes, cuya agreste morfología produce la sensación de estar penetrando en un mundo encantado.


Esta percepción, resulta mucho más evidente cuando la vista penetra en el entorno y la imaginación se pierde en esos imponentes farallones, a los que el tiempo y esa subjetiva artista, que es siempre la erosión, parecen haber dotado de vida propia, proporcionándoles diversas y caprichosas formas, que, en alguno de los casos y por un sentido de familiaridad, recuerdan modelos arquetípicos, sobre los que, en tiempos, se volcó, con toda la fuerza de su interpretación, la mágica poesía de las leyendas.


Parte de alguna misteriosa leyenda, puede ser, además, su enigmático nombre, cuyo origen todavía desconcierta a los historiadores, pero que, en su raíz, coincide, curiosamente, con la palabra ‘soma’, la cual, etimológicamente hablando, era el fonema con el que los antiguos textos védicos de la India denominaban a la ambrosía o bebida de la inmortalidad de los dioses.


Su concepción, si bien es cierto que resultó notablemente afectada durante la Guerra de la Independencia y en parte arrasada por la soldadesca francesa, ha recuperado, con el tiempo y el esfuerzo prolongado de los vecinos, su antiguo y notable aspecto, convirtiéndose en uno de esos singulares hábitats de película, que semejan un metafórico zigurat, cuyas casas se superponen, de manera escalonada, a la sombra de un vertiginoso promontorio, donde el buitre y otras aves rapaces, otean un horizonte por cuya lejanía, en muchas ocasiones se sorprenden por el raudo avance de un ferrocarril moderno, el AVE, que conecta Madrid, con Zaragoza, Barcelona y Francia.


Del interés que el lugar tuvo desde el alba de los tiempos, ofrecen un interesante testimonio los restos arqueológicos encontrados en algunas cuevas y cavidades cercanas, como en aquella denominada como ‘Cueva de la Mora’, donde se han localizado restos, cuando menos, pertenecientes a la Edad del Bronce, así como restos de cerámica, pertenecientes, según los expertos, a la cultura del Vaso Campaniforme.


Como otras muchas zonas de Soria, también aquí, en Somaén, se constató, en tiempos medievales, una fuerte presencia musulmana, cuyo rastro se puede seguir, si bien en menor medida, por alguno de los lienzos del antiguo castillo, que, no obstante, fueron también muy modificados por los diversos propietarios cristianos después de la conquista del lugar, pasando a pertenecer, entre otros, al primer conde de Medinaceli.


Aunque su iglesia, cuya advocación está dedicada a Nuestra Señora de la Visitación, no conserva ningún rastro del arte románico que pudo haber tenido en sus orígenes, su planta, cuadrangular, domina el pueblo, en su totalidad, situándose por debajo del antiguo castillo, sabiéndose, además, que en los alrededores existió una pequeña ermita, hoy día desaparecida, dedicada a una curiosa santa, de connotaciones ctónicas y de nombre, Santa Quiteria, cuyo misterioso culto se recuerda, también, en algunas zonas interesantes de Huesca, como la cripta-capilla que tiene en el excepcional castillo de Loarre.


En la parte inferior y a la vera del apacible y melancólico paso del río Jalón, numerosas huertas llaman la atención, sobre esa faceta agricultora que caracteriza esa comunión tan estrecha que ha existido siempre entre el hombre y el entorno rural que habita, amenizada, además, por la cría de ganado, principalmente ovino.


En definitiva: un lugar cuyo peculiar encanto no pasa nunca desapercibido, dotado, además, de numerosos hostales y casas rurales que pueden ser un excelente punto de partida para los amantes de la aventura y del senderismo, por una región, cuya exploración, no me cabe duda alguna, puede resultar toda una inolvidable experiencia.


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miércoles, 20 de septiembre de 2023

Un paseo por Montuenga de Soria


Desde sus alturas, dominando, no sólo la plácida quietud del pueblo de Montuenga, sino también, una vasta extensión del Valle del Jalón, se puede llegar a ver, pasando con la celeridad del rayo, ese metafórico Pegaso moderno, que, bajo la denominación de AVE o tren de alta velocidad, conecta Madrid con Barcelona y Francia.


Un recorrido similar, puestos a comparar, que el que realizaron, a finales del siglo XI o comienzos del siglo XII, los monjes cistercienses de Claraval o de Clairvaux, que, convirtiéndose en sedentarios unos kilómetros más adelante, levantaron con sus propias manos y sus escasos recursos, uno de los monasterios románicos más impresionantes, no sólo de la Comunidad y tierra de Soria, sino también, de España: el de Santa María de Huerta.


De hecho, su localización, si hemos de ser más precisos, apenas resulta equidistante de éste unos tres kilómetros, como algo menos son, además, los kilómetros que lo separan de otro de los pueblos más relevantes de la zona, que todavía exhibe como un auténtico tesoro, en un apartadero, la vieja locomotora de vapor, que hacía, en aquellas épocas en las que viajar todavía se podía considerar como una gran aventura, los trayectos que realizan hoy día los modernos ferrocarriles: Arcos de Jalón.


Aunque posee la declaración de Monumento Histórico Artístico, el castillo de Montuenga apenas consta de algunos lienzos, que, en parte, pueden ofrecer una leve síntesis de la importancia estratégica que pudo tener en ese pasado medieval, situado a esta parte de la denominada frontera del Duero, que no sólo separaba la España cristiana de la España musulmana, sino que, además, albergaba buena parte de las denominadas Taifas o pequeños reductos independientes, bajo cuyos pactos se dirimían cuestiones como alianzas o la propia supervivencia, en la que, tanto cristianos como musulmanes, se comprometían a mantener buenas relaciones, mediante el pago de los correspondientes tributos.


Resulta, por otra parte, un observatorio ideal para apreciar, en toda su extensión, no sólo ese pueblo de gente esforzada, dedicada en cuerpo y alma a la agricultura y a la ganadería, principalmente, en el sector ovino y genuinamente piadosa, cuyas casas se distribuyen, cual las arquivoltas de una vieja portada románica, alrededor de ese sol central, metafóricamente hablando, que es la iglesia parroquial, sino, además, la magnífica constitución de esa arquitectura, típica y rural, que no sólo mantiene el rigor de sus longevas raíces medievales, sino que también constituye un tesoro patrimonial, digno de admiración.


Podría decirse, que es la esencia de los pueblos castellanos: aquellos, que todavía miran al futuro, sin perder nunca el norte de sus auténticas raíces, conservando el modus vivendi y el apego a la tierra que mantuvieron sus antepasados a lo largo de los siglos, generación tras generación.


No resulta extraño, pues, si al contraste con esos campos fértiles y espléndidos, sobre todo, contemplados en primavera, se une la belleza sanguina de una arquitectura donde predomina la teja, el yeso y la argamasa, cuyas propiedades constituyen aislantes naturales que conservan el calor de los hogares en los duros inviernos mesetarios y el frescor en los tórridos veranos, apreciándose, en su constitución, ese tipo fundamental de viviendas unifamiliares, compartida con el ganado y los aperos, que tan abundantes fueron y continúan siendo, por defecto, en la mayor parte de los pueblos españoles y que tanto interés y estudios merecieron en el pasado por célebres antropólogos, como Julio Caro Baroja.


Por eso, principalmente, el ascenso a lo alto del montículo donde todavía se yerguen, impasibles frente al paso de los siglos, los reducidos lienzos de la fortaleza medieval de Montuenga, es una invitación, más que a la aventura, propiamente hablando, a la contemplación, pocas veces conseguida, de apreciar esos detalles existenciales y arquitectónicos que constituyen la base fundamental del carácter de unos pueblos y de unas gentes, que, apegados a su tierra y a sus tradiciones, forman, sin lugar a dudas, una parte fundamental de esa España, pintoresca y misteriosa, que merece siempre la pena conocer.


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lunes, 11 de septiembre de 2023

[SPN-ENG] Bécquer, monasterios y daimones / Bécquer, monasteries and daimones

 


Tal vez los viejos filósofos griegos, como Platón, no erraran, después de todo, al suponer que cada alumbramiento llevaba aparejada la asignación providencial de un daimón o entidad espiritual, que, para bien o para mal, acompaña a todo hijo de vecino, inspirándole en los momentos cruciales de esa aventura trascendental, que, desde luego, podemos llegar a suponer que es algo tan misterioso y a la vez, tan intenso, como la vida. Supongo que a muchos, imbuidos ahora por ese condicionamiento racional, que es el metafórico servicio obligatorio con el que se nos declara aptos para una servidumbre adulta, en la que se nos escamotea de un plumazo el estado adánico de la infancia, no querrán reconocer -pues ya lo dice el refrán: genio y figura, hasta la sepultura- que tuvieron un ‘amigo invisible’, que los acompañó durante los momentos más felices y también, en aquellos otros, menos dulces y por lo tanto, más dolorosos, en los que la frustración y la soledad hacían acto de presencia.


Dicen -y no seré yo quien se pronuncie, acerca del sentido bondadoso o maléfico de las lenguas que lo aseveran- que los daimones, al igual que los amuletos o los talismanes, desaparecen misteriosamente de nuestras vidas, para volver a aparecer, de idéntica y misteriosa manera, en momentos de peligro o de extrema necesidad, con el fin de continuar auxiliándonos o, cuando menos, para consolarnos frente a un grave trance que estemos o vayamos a atravesar. Y lo hacen, de la forma más insospechada que imaginarse pueda. Quizás, por eso, cuentan, en esta vieja tierra celtíbera, que es Soria, que, en las inmediaciones de este viejo monasterio de San Juan, cuyos arcos vieron un día pasear a un poco menos que terminal Gustavo Adolfo Bécquer, su viejo daimón se le volvió a aparecer bajo la forma de un hermoso gato negro, que no se separaba de él y añaden, que posiblemente fue éste, quien le inspiró una de sus leyendas más aterradoras y fantásticas: ‘El Monte de las Ánimas’.


Perhaps the old Greek philosophers, like Plato, were not mistaken, after all, in supposing that each birth entailed the providential assignment of a daimon or spiritual entity, who, for better or worse, accompanies every neighbor's son, inspiring him in the crucial moments of that transcendental adventure, which, of course, we can come to suppose that it is something as mysterious and at the same time, as intense, as life. I suppose that many, now imbued with this rational conditioning, which is the metaphorical obligatory service with which we are declared fit for adult servitude, in which the Adamic state of childhood is removed from us at the stroke of a pen, will not want to recognize - well, the saying goes: genius and figure, to the grave- that they had an 'invisible friend', who accompanied them during the happiest moments and also, in those others, less sweet and therefore more painful, in the that frustration and loneliness made an appearance.




They say - and I will not be the one to pronounce myself, about the good or evil meaning of the languages that assert it - that daimons, like amulets or talismans, mysteriously disappear from our lives, to reappear, identically and mysterious way, in moments of danger or extreme need, in order to continue helping us or, at least, to console us in the face of a serious situation that we are or are going to go through. And they do it, in the most unexpected way imaginable. Perhaps, for this reason, they say, in this old Celtiberian land, which is Soria, that, in the vicinity of this old monastery of San Juan, whose arches once saw a little less than terminal Gustavo Adolfo Bécquer walk by, his old daemon it appeared to him again in the form of a beautiful black cat, which did not separate from him and they add, that it was possibly this one, who inspired one of his most terrifying and fantastic legends: ‘The Mound of the Souls’.



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jueves, 26 de enero de 2023

Otoño en el Cañón del Río Lobos

 


Uno de los entornos naturales, cuya mágica belleza, es un verdadero imán, dispuesto por la Naturaleza para seducir, irremediablemente, a los sentidos y muy recomendable, además, para visitar, sentir y valorar, al menos, un a vez en la vida, no es otro, que el enigmático Cañón del Río Lobos.



Esta formidable depresión natural, que se extiende, como el espinazo de un mundo perdido, a lo largo de esos espectaculares veinticinco kilómetros, comprendidos, entre esas dos numantinas comunidades de la Vieja Castilla, como son, Soria y Burgos, constituye siempre el preludio a una gran aventura.



Soberbio, espectacular, genuino y deliciosamente misterioso en cualquier época del año, la visita, no obstante, si se realiza en otoño, tiende, necesariamente, a convertirse en una experiencia inolvidable, donde el espectador, deslumbrado, tenderá a considerar, como revestidos de una magia especial, unos senderos que se pierden entre monumentales riscos y desfiladeros, labrados durante milenios, por esa metafórica artista, que es la erosión y espesas arboledas, que contemplados en otras épocas del año, como el cercano invierno, pueden hacerle sentir inquietud e incluso, yendo más allá, todavía, amedrentamiento por su singular rotundidad.



Tal vez, desde un punto de vista eminentemente psicológico, ahí se encuentre buena parte de la razón, supersticiosa, por la que los ejércitos musulmanes, en aquella lejana época medieval en la que dominaban a sus anchas, buena parte de la mal herida España visigoda, nunca penetraran en su interior y sí dieran, por el contrario, extensos rodeos para evitarlo, dejando atrás las fuentes donde nace el río Ucero, ascendiendo prolongadas cuestas, hasta alcanzar de nuevo terreno llano en los extensos pinares que conforman el entorno de lo que, en la actualidad, se conoce como el Mirador de la Galiana.



Lugar idóneo, por aquél entonces, para todo tipo de emboscadas y con la suficiente potencialidad, como para acrecentar, aún más si cabe, la supersticiosa mentalidad medieval, con toda clase de mitos y leyendas, no es de extrañar, que en su polifacético interior, se instalara, a finales del siglo XII, una de las órdenes de caballería, cuya mediática leyenda, ha hecho correr verdaderos ríos de tinta y todavía, al cabo de los siete siglos de su desaparición oficial, todavía continúa generando un inusitado interés: la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón; es decir, la Orden de los Caballeros Templarios.



De lo que hicieron, una vez instalados en lo más profundo de este Cañón del Río Lobos, junto a la enorme boca de una caverna descomunal, en cuyo interior, se descubrieron suficientes señales de habitabilidad antediluviana, nada se sabe a ciencia cierto, salvo que el descubrimiento de cierto documento del siglo XII, encontrado recientemente en los archivos diocesanos de El Burgo de Osma, señalan que antes que ellos, el lugar estuvo ocupado por otros caballeros no menos misteriosos y ciertamente, muy alejados de su lugar de influencia: la Orden de Roncesvalles.



Lo que parece estar claro, después de todo, es de que éstos, por los motivos que fueran -siempre y cuando se demuestre que el documento de referencia es auténtico y en efecto, en él consta como tal- les cedieron el lugar a los templarios y que éstos, una vez instalados, se encargaron de verter muchas de las leyendas malditas que circulan por la zona -por ejemplo, la del pueblo maldito de Valdecea, en el que todos sus habitantes murieron envenenados, leyenda que suele ser bastante común en muchos de los lugares donde se localizan asentamientos templarios- con el único objetivo de que nadie les molestase en las desconocidas actividades que estuviesen realizando.



De hecho, uno de los lugares que más entusiasmo despierta, entre los innumerables visitantes, es, precisamente, la vieja iglesia románica de finales del siglo XII y principios del Siglo XIII -se adivinan ya en su interior, los primeros avances de un estilo arquitectónico vanguardista en la época, como fue el gótico- que se enclava en esa pequeña curva de ballesta, salvada por un vetusto puente de madera -como diría Antonio Machado- que forma el río Lobos a la altura de la iglesia y la Gran Cueva, donde, curiosamente, todavía se venera la figura, considerada como muy milagrosa, de la Virgen de la Salud: una figura, que en su origen fue una enigmática Virgen Negra, cuyo original, se rumorea que fue vendida por el propio párroco, a comienzos del siglo XX.



Dejando aquí este tema, que, de hecho, constituye un suculento atractivo esotérico-cultural, que no pasa desapercibido, en absoluto, el entorno de este parque natural, visto con los atractivos colores del otoño, gratifica no sólo la vista de un visitante, que se siente -metafórica y comparativamente hablando- como un verdadero Robinson Crusoe, descubriendo los pormenores de la isla misteriosa en la que se encuentra, sino también, permite que el espíritu -como diría Ananda Coomaraswany- se vea influido en la noble operación de transmutar, en el atanor, que, metafórica y comparativamente hablando, es su consciencia, la Naturaleza en Arte.



Porque a ello contribuyen, sin duda alguna, las numerosas familias de chopos, sauces, avellanos, encinas, robles y abedules que habitan en su interior, con la belleza de los últimos estertores que les proporciona ese peculiar color sanguino, en algunos casos y en otros, posiblemente, lo más, ese símil de la enfermedad que afectó a pintores, como Van Gogh, llamada xantopsia, que cautivarán su fascinación, dejando, voluntariamente, que su vista se pierda por la fascinante intensidad de los ocres y amarillos.



Todo ello, condimentado por las olorosas plantas y espinos, típicos de los montes, como el espliego, el tomillo o la salvia y la belleza metafísica de las plantas acuáticas, como las lentejuelas y los nenúfares.



En definitiva: otoño en el Cañón del Río Lobos o cómo dejarse llevar por la magia de los sentidos.



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